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Psicofonías

ROSEBUD ·

Antonio Badillo

Valencia

Martes, 27 de septiembre 2022, 00:06

Sale a la calle el rastreador, presto a investigar las psicofonías escuchadas por la ministra en los espacios públicos; voces de ultratumba que al parecer susurran siglas, y hablan de bloqueos, y desde el más allá claman justicia. En el metro y el bus, dijo ... la excelentísima. Y en calles y tiendas. Arranca la inspección en el supermercado, escenario del gran drama contemporáneo. Aguza el rastreador su oído y oír oye, pero nada supraterrenal. El dinero se va volando, lamenta frente a su carro semivacío una mujer que ha hecho 23 kilómetros para ahorrar unos eurillos. Su interlocutora, sin más utillaje que un bolso por evitar tentaciones, pronto cambia de tercio. «No te encantes, nena, que tramitar las ayudas lleva tiempo; hay un turno riguroso y unas bases». Refunfuña ahora una anciana ante la dependienta que como cada martes renueva carteles y precios, confirmando que los huevos se ponen en el suelo pero andan por las nubes. «Preguntan lo que vale cada cosa y se van sin comprar», protestará ésta cuando se quede sola. Resuena la elegía de un jubilado que invoca al frío a falta de aire acondicionado, maldice una coetánea que ya tiene todo el día a los nietos en casa, y sin hilo paranormal del que tirar prueba suerte el rastreador en el bar. Tres trabajadores hablan de suministros que no llegan, un capataz boceras despotrica de los jóvenes -«no me duran na»-, un tragaldabas comparte su oda al bocadillo de chipirones, cinco nostálgicos mitifican la mili y una clienta tira de currículum. «Mi hermano es republicano, vegetariano y odia los toros, pero yo soy taurina». Y carnívora, olvida añadir frente a dos longanizas que imploran clemencia. De nuevo frustrado, lleva el rastreador sus micrófonos al confuso runrún del metro. «Qué absurdo esto de la mascarilla», reniega un rostro sin boca. Y se desahoga una madre porque su niño le chilla y no quiere trabajar, pese a que la criatura «ya ha cumplido 52 años». Y una mujer envía audios al hijo invisible, «ten cuidado que hay revisores y les he visto llevarse a uno». Y un exnovio disecciona su ruptura, «era superposesiva». Y ni siquiera el rastreador se libra de ser rastreado. «¿Qué tal 'Patria'? A mí me encantó», le suelta una joven tras identificar el libro que simula leer. «Fernando Aramburu, muy bueno», completa su acompañante, tatuado hasta los nudillos. Tres notas cortas, próxima parada..., y regreso a la calle antes de que otra indiscreción lo arruine todo. Dos parejas planean un viaje baratito, a Andorra dicen, un tipo abomina del nuevo Mestalla y la mañana se agria a la puerta de un centro social -«hasta encontrar el sitio adecuado se autolesionaba, agredía a su padre, dura experiencia»-. Sube el fisgón al bus, última baza baldía. Un crío que da la brasa a la chica de sus sueños, dos estudiantes pasando a cuchillo a la profe de Inglés y poco más. Pie a tierra, misión abortada. Ni huella del mensaje encriptado que atormenta a la ministra -«CGPJ-PP, penitenciagite!»-, así que una de dos, o le hacen la compra y toca de oído o en este caso hay más delirio que psicofonía por vivir encapsulada en su burbuja, igualita que aquel presidente incapaz de poner precio a un café. Frente a la vida real, su realidad virtual, donde ejercen la ventriloquia para manipularnos como Moreno a sus muñecos. Elige, Monchito o Macario, y diles qué contento estás. Y que su rueda siga girando.

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