Puertas abiertas, puertas cerradas
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De repente nos han pasado de la obligación de tener las puertas abiertas, por salud pública, para airear, por si acaso pululan las miasmas del ... covid, a la imposición de mantenerlas cerradas, por conveniencia económica, para ahorrar energía, la consigfna primordial en estos momentos.
Corrían vientos gélidos y nos decían: venga, que total basta con abrigarse un poco más aunque estemos al lado de la ventana abierta de par en par; lo principal es evitar el contagio, hagámoslo por solidaridad. Y en verano, parecido pero al revés: puertas sin cerrar, ventanas entreabiertas, y no importaba el aire acondicionado, nadie miraba si se despilfarraban frigorías.
Ahora resurge el señor Borrell y se apunta a la demanda de moda: que seamos solidarios a base de atrancar puertas y ventanas, apagar escaparates, poner más alto el umbral de climatización, como en invierno se tendrá que poner más bajo. Tener gobernantes para que nos acaben pidiendo solidaridad.
En Cedeira no pasan de 22 grados a mediodía. Allí no rige lo de los 25 ni los 27, no hay confusión posible con el decreto que, según nos ilustra el conseller Climent, «no es una norma coercitiva, sino flexible y de concienciación de la ciudadanía sobre la importancia de la eficiencia energética en un contexto como el actual marcado por la guerra de Ucrania y la dependencia del gas en toda Europa». Acabáramos. Sólo es para concienciar. Oiga, y los que ya estamos debidamente concienciados, ¿podemos ponernos algo más de fresco o quedamos igual?
Los de la mayoría silenciosa solemos quedar estupefactos, porque después de entender que el estado del bienestar se traduce en poner fresquito cuando sube el termómetro, nos dicen que nanay, que hay que recortar la bonanza y ser solidarios, que no hay gas para todo. Pero eso ¿no lo tenían calculado? Porque nos dijeron que seríamos felices, que nos apuntáramos a la transición ecológica y que no pasaba nada. Pero anteayer vino lo del gas ruso y descubrimos que la Europa que manda está atrapada por la llave de Putin. Y no digamos la Europa del sur, que no manda. A partir de ahí insistieron en que tampoco pasaba nada, que éramos poco dependientes, teníamos de sobra, etcétera. Pero de repente la rebaja, la incertidumbre, y un riesgo amplio: la confianza en el estado del bienestar se resquebraja si limitan lo que todos entienden qué es estar bien. ¿Alguien se ha puesto a sumar si tendremos para dentro de diez años, o si quedará leña para poder calentarnos y asar una longaniza? ¿Quedarán longanizas? Y si ahora uno opta por abanicarse -un suponer-, y luego ha de comer más para reponer fuerzas, ¿pasa algo?
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