Siento un terrible frío. Debe ser el vacío. Un profundo eco interior. Y exterior. Ando de puntillas, como no queriendo hacer ruido para que el dolor siga adormecido. Que no se vuelva a despertar. Ando de puntillas, en mitad de la nada, me asomo a la ventana y te hablo, pensando que debes andar trajinando por ahí arriba. Organizando tu nuevo cotarro.
Publicidad
«Pero qué fuerte eres», te soltaré al verte acicalarte de punta en blanco, con un cepillo entre las manos arrastrándose por tu negra cabellera. Tú me soltarás una carcajada. De las tuyas. «Tienes unos cojones como limones», me dirás recordándome que es mi improperio preferido cuando algo sale mal. En realidad, tú tenías unos cojones como limones para todo. Aunque suene poco poético. Pero da igual. Después de todo, contigo todo era visceral.
Cuando fui a visitarte, la última vez que te vi, me disculpé. No era el mejor momento. «Sabes que yo hubiese hecho lo mismo», me dijiste. Por eso lo hice. Yo soy más cobarde, más de pasos suaves, de no querer despertar el dolor... De andar de puntillas. A ti no te daba miedo despertar a nada ni a nadie. Te daba igual estar con unos que con otros; con el presidente de la Generalitat o con tus amigas de Cortefiel. «Qué fuerte soy; ya me llaman el día antes de las rebajas para avisarme», me decías. Me decías eso, lo que comías, lo que no, si habías planchado, los dos días de Pilates a los que fuiste, que tuviera paciencia, que lo más importante es la familia. Y me enseñabas las fotos de tus viajes, de tus amigos, de los tuyos; el maletero repleto de ropa, tus yogures del Lidl, tus uñas acabadas de pintar...
Nos mirábamos y estaba todo dicho. Poníamos los titulares a la par. Sabíamos que tema iba a abrir y el que teníamos que descartar. Éramos tan diferentes, tan opuestos, tan extremadamente distintos que éramos iguales. Y no, no te quería escribir nada. De hecho, dudo que lo esté haciendo. Pero como si fueras tú quien me mueve las manos, hay algo que llevo dentro que me hace soltar en este periódico al que tanto amabas, al que tanto tiempo de tu vida entregaste, esta retahíla de sentimientos para que, con el tiempo, quede en las hemerotecas constancia de cuánto aprendí a tu lado de periodismo pero, sobre todo, de vida.
Las últimas palabras que escuché de tu boca en el hospital fueron: «Trelis, te quiero». Han sido como una espada que me atraviesa de lado a lado, fría e intensa. Eras muy fuerte. Y muy grande. Quizás demasiado, porque nos has dejado tan vacíos que siento un terrible frío. Besos Majo.
Empieza febrero de la mejor forma y suscríbete por menos de 5€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.