
Putin: la estrategia de la araña
Entramos en una nueva fase histórica, y no precisamente de fraternidad y cooperación, sino de regreso de los viejos monstruos que parecían extinguidos en 1945
ANTONIO ELORZA
Jueves, 24 de febrero 2022
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ANTONIO ELORZA
Jueves, 24 de febrero 2022
Fue Hillary Clinton en marzo de 2014, al comentar las primeras agresiones de Putin contra Ucrania, quien por vez primera puso de relieve que la ... argumentación del dictador ruso reproducía la empleada por el Führer en 1938 al reivindicar los Sudetes. La población de lengua alemana en Checoslovaquia sufría una supuesta opresión que el líder nazi estaba dispuesto a eliminar por las armas. Así que después del visto bueno de la conferencia de Múnich, primero absorbió la comarca de los Sudetes y a continuación acabó con la independencia de Checoslovaquia. La pasividad de las democracias, Francia e Inglaterra, lo hizo posible, sin por ello evitar que tras el éxito Hitler diera el siguiente paso, exigiendo Dantzig frente a Polonia. La tolerancia frente al nazi no había servido de nada.
No es este el único aspecto en que Putin tiene por maestro a Hitler. En ambos casos, el irredentismo agresivo no pretende unos objetivos concretos, sino la plena restauración de un dominio imperial que Alemania perdió con la derrota de 1918 y Rusia por el fin de la URSS en 1989. Hitler mostró que primero era necesario preparar el golpe, luego dar falsas garantías de apaciguamiento y para el futuro emprender el siguiente paso, cuando la tela de araña estuviese ya dispuesta para devorar la nueva víctima. Avanzando al modo del juego de la oca. Putin ya ha puesto en marcha ese trayecto, de Georgia a Crimea-Donbass y de aquí a la invasión general de Ucrania. Pero Putin es mucho más claro de lo que parece leyendo a sus intérpretes deliberadamente ciegos. «No irá tan lejos», dicen. Pues sí, va, y tras Ucrania el objetivo es doble: el retroceso ya exigido de la OTAN y la recuperación de los países bálticos, siempre apoyándose en el genocidio allí sufrido por las minorías rusófonas.
Volver a la hegemonía territorial de 1918 o 1989: para lograr tal propósito, el empleo de la violencia represiva y de la guerra se convierte en inevitable. Lo primero para garantizar la adhesión de masas a los costosos objetivos del líder, lo segundo para aplastar los obstáculos exteriores. En Putin, el encaje de ambas líneas de acción viene dada por la continuidad respecto del sistema comunista, no en su vocación revolucionaria, sino en la articulación de un poder militar imperialista con la naturaleza policial, incluso terrorista, que constituye el núcleo de la acción política en el interior.
Forzado inicialmente por su carácter minoritario en la sociedad rusa bajo Lenin, la vigilancia omnicomprensiva de una «sociedad de susurrantes» (Figes) se constituye, parafraseando al franquismo, en la espina dorsal del régimen. De la cheka a la KGB, y sucesoras, sin ellas el sistema se desplomaría. El terror, la tortura, la marginación de los derechos humanos, pasan a formar parte de la naturaleza del Estado. Las declaraciones de Putin sobre la tortura como hecho normal, revelan que su vigencia se mantiene.
Todo vale para mantener el orden, incluyendo la proliferación de hechos criminales, comprobable a lo largo de la historia. La justificación tradicional era que no debía existir limitación en los medios de defensa de la Revolución; ahora que todo es lícito para evitar los ataques el orden vigente (casos Poniatovskaia y Navalny). La política exterior se convierte en la lógica proyección del Estado-KGB, cuyos métodos cobran abierta prioridad en las invasiones, de Hungría 1956, Praga 1968, hasta la actualmente en curso. El principal asesor de Dubcek en el 68 checo, Zdanek Mlynar (de paso amigo de Gorbachov) puntualizará: actuaron como una banda de malhechores. La sucesión de desmentidos previos a la invasión muestra la capacidad de Putin para instalarse en la mentira. No sin eficacia. Hace solo una semana que un político de otras épocas, Charly Alonso Zaldívar, proclamaba que Putin no iba a invadir Ucrania y que «Biden miente». Ninguna muestra mejor de que muchos prefirieron cerrar los ojos ante lo que efectivamente se iba gestando a la luz del día.
Tal y como ha anunciado Josep Borrell, entramos en una nueva fase histórica, y no precisamente de fraternidad y cooperación, sino de regreso de los viejos monstruos que parecían extinguidos en 1945. Veremos qué hace China, si bien lo más cómodo será refugiarse en la abstención en el Consejo de Seguridad y aportar su potencia económica para aliviar el peso de las sanciones sobre Rusia. Ahí está la conquista de Taiwán, ahora más fácil. No es un sistema multipolar de relaciones de poder internacionales el que emerge, como proclaman Putin y Xi Jinping, sino en la práctica un sistema bipolar, con China y Rusia formando una pinza frente al mundo occidental, agrupado por fuerza en torno a Estados Unidos; dividido, y consciente de su propio declive. Pero aquí y ahora ante todo deben contar esas muertes criminalmente provocadas en Ucrania por la agresión rusa.
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