La vida es irreversible y una pena. Sí, porque, aunque tú envejezcas, el mundo, al menos el mundo, debería permanecer intacto, de modo que en cualquier momento pudieras volver a los escenarios en que fuiste feliz. No reniego de mi condición mortal, de mi condición biológica decadente, pero me cuesta más aceptar que el paisaje se haga mayor conmigo, si no más deprisa que yo. Estos días he paseado por la playa de Benicasim con mi hija, igual que cuando yo era pequeño y mi tía Nena, Gonzalo Pons y el Capi Trillo nos llevaban a mi primo Guillermo y a mí a coger cangrejos con un perro que se llamaba Firpo, que le iba a ganar una pelea a la Hormiga Atómica y al que atropelló un camión, y me he preguntado dónde quedó el panorama de mi infancia. Dónde aquel tren que marcaba las horas, dónde los toros de la plaza de la Viña, dónde el cántaro de ir a por agua potable, dónde mis castillos de arena, dónde las coletas de mi hermana Toyi, dónde la juventud de mis padres.
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Del pasado queda el fondo de las viejas fotografías. Nada más. Los lugares que fueron siguen llevando el mismo nombre y buena parte de su arquitectura y su naturaleza permanecen intactas, deterioradas, pero intactas y, sin embargo, se han transformado en espacios diferentes. Los escenarios de mi niñez ahora son el escenario de la niñez de otras personas. ¿Por qué lo ves todo tan cambiado, papá?, me pregunta la niña. Pues porque nosotros no teníamos teléfono y casi no nos hicimos fotos, las tres o cuatro que ya has visto mil veces. La existencia sin wifi y sin fotografiarlo todo, vista con la perspectiva de hoy, resulta prehistórica, perteneciente a un tiempo extinguido. Disfrutábamos en vez de posar, sin preocuparnos por Instagram. Nos echábamos de menos porque perdíamos el contacto. No teníamos de todo, no podíamos elegir lo que nos gustaba o no. Formábamos parte de lo que nos rodeaba.
Ya sé que la Historia circula hacia adelante y que la nostalgia me derechiza, que resulta políticamente inadecuada según la policía ideológica del Gobierno, pero yo debo confesar que sí, que a veces miro atrás y me reconforto recreando el ayer como fue. Y me atrevo a comparar y decir que, en muchos sentidos, aquello era mejor que esto. ¿Alguien se escandaliza? Lo siento en ese caso, mas no voy a rectificar. Añoro la inocencia, el idealismo, la confianza mutua, la buena educación, el respeto y el sentido del humor. Añoro una edad más simple en que la vida se miraba a través de los ojos y no de la pantalla del móvil. Regresar como adulto a donde fui un niño, eso sería encontrar un refugio.
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