Quemar el Judas
EL ESTADO DE LA COMUNITAT ·
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Las grandes ciudades tienen ventajas. Nos desarrollan como personas, pero niegan nuestra esencia de tribuPapá, ¿lo de quemar el Judas se hace en otros pueblos?». Óscar pregunta con sus enormes ojos oscuros, como extrañado de que en la ciudad, ... en el colegio, no se dé una costumbre como la de aquí. Y yo también acabo no entendiendo cómo el vendaval de lo políticamente correcto no ha acabado llevándose una tradición antiquísima. Un momento que al final lo que logra es unir a niños y mayores y lanzar una moraleja: prendamos fuego a lo malo, volvamos a empezar.
La quema del Judas está muy extendida en pueblos de Castilla La Mancha. También en no pocas villas de Sudamérica. Consiste en hacer un muñeco con paja, con la que se rellenan ropas viejas, sacos, monos de labranza... todo vale para dar forma simbólica al personaje bíblico que mejor representa la traición, el Judas que vendió a Jesucristo por 30 monedas de plata. La tradición dicta que tras la misa del Domingo de Resurrección, al muñeco se le mantea, se le da algún que otro azote y se le acaba prendiendo fuego, entre hurras de los más pequeños y saltos por encima del pelele en llamas. ¿Violento? ¿Intolerante? No lo creo. Pero me asombra que no se haya extendido ya la corriente del buenismo que acaba con todo aquello que puede sonar a violencia. Cuando es creencia, castigo de las malas acciones (que debe haberlo, que nadie se frustra ni hunde por ello), unión de una comunidad y transmisión de costumbres entre generaciones.
Quizás haya que ser de pueblo para entenderlo. Tal vez por eso, los forasteros te preguntan: '¿y mientras tú estás de charla con tus amigos en la plaza, qué hacen tus hijos? ¿Quién los cuida?'. El pueblo los cuida. La libertad de poder jugar por las calles sin el cobijo ni vigilancia de un adulto. Al menos no completamente encima. Quizás desde fuera eso pueda verse como descuido, dejadez, mala educación... Es el arte de la libertad casi absoluta. La de llegar a casa con las rodillas desolladas por un castañazo con la bici. El mismo tortazo que luego reirás años y años con tus amigos de toda la vida. ¿Eso es una herida? Eso es un diamante prendido en el alma de los recuerdos. Mis hijos han ganado más madurez, seguridad, compañerismo o tolerancia a la frustración en un puñado de veranos en el pueblo que en años y años de colegio.
'¿Y tú vas sólo por la calle? ¿Vas al pueblo de al lado en bici? ¿¿A nueve kilómetros??'. Son preguntas que amigos de mis hijos y padres conocidos nos trasladan cuando saben de las costumbres del pueblo. Es imposible no pensar por su parte en dejadez de los progenitores, tan imposible como entender unas costumbres que sólo es posible comprender con la grandeza de vivir en la enorme familia que es un pueblo ni con un centenar de habitantes censados.
La sociedad y las grandes ciudades tienen muchas ventajas. Nos ayudan a desarrollarnos como personas, pero también niegan nuestra esencia. La de la tribu. Porque al final seguimos siendo eso. ¿Quemar un Judas es arcaico, trasnochado y violento? Es posible. Pero yo hoy volveré a sonreír cuando el muñeco arda a las puertas de la sociedad agraria del pueblo. Junto a esos enormes portalones verdes que desde hace décadas atraviesan tractores que labran la tierra con la que el pueblo se gana el pan de cada día. En la plaza que antaño fue de toros y hoy es el ágora que reúne a todos. Mientras a niños y mayores se les iluminan los ojos viendo arder la traición. Las costumbres también nos anclan a la vida. Así que, ¡al aire con el Judas!
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