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Cuando estoy ocioso me paseo por la redacción y revoloteo de mesa en mesa. Digo tonterías y entablo conversaciones intrascendentes. Me suelen mirar raro porque soy raro y hablo raro. La mesa más divertida es la de Cultura. Allí apilan docenas de libros. Algunos con muy buena pinta que ojeo con cara interesante esperando una invitación, un obsequio. Pero nunca se dan por aludidos. Bueno, en realidad creo que sí pero pasan de mí. Antes también había cedés, pero ya no. O solo alguno muy extraño y poco atractivo. A veces aparece algún cómic y no puedo resistirme a abrirlo y hojearlo. También me gusta meter la nariz entre las páginas y aspirar bien fuerte ese olor a hoja todavía virgen. Pero entonces empiezan a mirarse entre ellos y me voy haciéndome el distraído.
El otro día me desvié a la mesa de Política. Mucho menos estimulante, la verdad. Salvo el rincón de mi compañero David Burguera, con quien hace años descubrí que los dos tenemos y releemos con frecuencia, buscando la inspiración perdida, una recopilación de las crónicas taurinas de Joaquín Vidal. Ese día no estaba, mi compi, y aproveché para husmear por su negociado. Medio escondido asomaba el lomo de un libro con una portada que simula un sobre de aquellos que se utilizaban para el correo aéreo. Se titulaba 'Lacrónica' y venía firmado por Martín Caparrós.
En ese momento no tenía ni idea de quién era, aunque me sonaba el nombre vagamente, pero como todavía eran las tres, me senté en su butaca, miré a derecha e izquierda, comprobé que no había nadie, y entonces planté los pies en su mesa y abrí el libro por una página al azar. Era un capítulo dedicado a Ryszard Kapuscinski. El diálogo entre esos dos maestros se convirtió en una lección de Periodismo, condensada en 25 o 30 hojas, que me cogió por las solapas.
A la tarde regresé a su mesa y le hablé sobre mi hallazgo. O sea, sobre su libro. Y David, más dadivoso que las chicas de Cultura, me dijo que me lo llevara, que me lo prestaba. Y antes de irme me recomendó que buscara algunas crónicas suyas sobre el Papa Francisco (los dos son argentinos) porque eran excepcionales. Y cuando ya me había alejado unos pasos, añadió a mi espalda, como quien desliza una propina en la mano de un botones, «y a veces escribe de fútbol...».
El que visita la cantina de vez en cuando ya sabe que el fútbol me resbala, pero adoro leer a los intelectuales que escriben de deportes: su visión suele ser singular. Y eso te da pistas para sorprender o, al menos, para alejarte de las medianías.
Me lancé en bomba sobre el buscador de Ecosia -intento, en una actitud patética y absurda, no rendirme ante Google a la primera- y antes de acabar el apellido ya me sugería la palabra fútbol asociada al periodista.
Lo primero que hallé fueron las columnas que redactó durante el último Mundial en el 'New York Times'. En una de las últimas cuenta la experiencia que supuso para él este encargo, la bendición de poder ver partidos hasta hartarse o poder recrearse leyendo artículos sobre fútbol con la sensación de que todo eso, encima, era trabajo.
Pero aquello tenía trampa: «Una de las decisiones más ambiguas que uno puede tomar es convertir en trabajo lo que le gusta hacer: suena perfecto, y en los primeros tiempos es perfecto. Hasta que, eventualmente, uno empieza a odiarlo y se pierde una gran fuente de placer (...)».
Uno de los comentarios que más rabia dan a un periodista deportivo es uno que viene a decir algo así: «Joder, tío, tú vas al fútbol gratis y encima te pagan. ¿De qué te quejas?». Cuando, en realidad, la mayoría de los partidos son un suplicio y preferirías mil veces irte al cine, a pasear por la ciudad o, en el mejor de los casos, verlo con los amigotes, incluido el del comentario jocoso, en un bar, bien comido y bien bebido.
Artículo tras artículo, entrevista tras entrevista, descubrí que detesta a Cristiano Ronaldo y que su odio es tan visceral que es incapaz, aún proponiéndoselo, de encontrarle alguna virtud. «Cuando lo veo hacer una jugada no puedo dejar de pensar en cómo va a festejarla si la termina bien. Entonces me resulta muy difícil disfrutarlo», expuso en una entrevista con 'Vice'.
Aunque más que eso, lo que le irrita es que entre los niños de todo el mundo se hubiera implantado la creencia de que lo mejor que podía pasarles era convertirse en Cristiano Ronaldo. ¡Qué horror!
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