Querida Carmen

Ayer mismo, por la mañana, le envié un email a Carmen Alborch: 'Querida Carmen, ¿cómo te encuentras? En primer lugar, mi enhorabuena por esa merecidísima Alta Distinción de la Generalitat que te entregaron el 9 de octubre'. Después de felicitarle por la Alta Distinción, le preguntaba: '¿Cuándo quieres que nos veamos? Elige el día y la hora'. Aunque sabía que Carmen estaba muy enferma, ni de lejos pensé que el desenlace iba a ser inminente. Ella conllevaba sus graves problemas de salud con una luminosa sonrisa y una entereza que nos conmovía a quienes la apreciábamos. Yo era uno de ellos. La apreciaba muy de veras. Utilizo el discreto verbo 'apreciar' porque decir ahora que la quería puede sonar a exageración nacida tras el impacto provocado por su muerte. Pero sí, yo creo que la quería. Y la admiraba. Por su manera de ser, tan atrayente y combativa, y porque nunca desmayó en su lucha por las libertades, por la cultura y por los derechos de las mujeres y los homosexuales.

Informé con frecuencia sobre Carmen en sus etapas como directora general de Cultura, como directora del IVAM -donde llevó a cabo una magnífica gestión- y como ministra. Procuré mantener siempre la objetividad periodística, pero creo que debía notarse bastante mi cariño por Carmen. Los periodistas también tenemos corazón -aunque algunos lo duden- y no pienso que tenerlo dañe la calidad de nuestras informaciones.

Cuando abordamos la realización del documental 'La Margot. Serio de día, coqueta de noche', dirigido hace dos años por Enrique Belloch, con guion suyo y mío, le pedí que colaborara en el proyecto. Lo hizo con gusto. Aparece en la película muy guapa y muy solidaria con todos nosotros (la Margot, Belloch y yo). Su generosidad era para mí un gran regalo que aceptaba no sin cierta extrañeza.