Me gustaría equivocarme, que el equipo ganara dos partidos seguidos, y con ello dejar estas columnas en ridículo, por derrotistas y exageradas. Pero me da ... que no sucederá. Si no es esta temporada será a la siguiente, como pudo ser ya antes, desde el momento que consentimos que se inclinara tanto la pendiente decreciente respecto del eje de abscisas, que ya no ha sido posible remontar, haciendo la colisión inevitable. Seguro que Pareto escribió algo al respecto, pero me da vergüenza encontrar una cita elevada para dar altura a lo que no es otra cosa que soberbia y torpeza. Le dimos tantos golpes a la máquina de bolas, pensando que nunca marcaría falta, que de repente ha pasado y no sabemos cómo reaccionar. Para los nativos digitales diré que antes en los bares había máquinas recreativas, de pinball, y era parte del juego golpearlas para impedir la pérdida de la bola, hasta que había un momento en el que el exceso de potencia hacía que perdieras la partida. Había máquina en El Parral, en el Bar Sur, en el Bar Gámar, en aquellos almuerzos con mi padre, cuando eran almuerzos de verdad, y no sabíamos que se escribía el prólogo de futuros gastrobares. En lo único que pienso es en una victoria, al precio que sea, y hasta con penalti escandalosamente injusto. Lo malo de todo este proceso de decadencia y muerte es tener razón. Aguantar las miradas de compasión del prójimo. Las mismas personas que cuando llegan las finales te persiguen para ver si les consigues un par de entradas, te dan palmaditas en la espalda por lo que sucede, como si fueras un pobre hombre, una persona degenerada que en lugar de pensar elevadamente en conceptos elevados sobre la virtud, expresar opiniones sobre los manuscritos de Céline, o las novelas de Colette, perdiera el tiempo miserablemente sobre la pervivencia de un equipo de fútbol. Es como vivir en el corredor de la muerte, y escuchar todas las madrugadas los pasos sin saber si esa vez te tocará. No es saber si sucederá, sino la inquietud de cuándo sucederá, y resultaría trágico, o de justicia poética, o una metáfora cruel, que el mismo año en el que se celebre el centenario de Mestalla, el Valencia pueda descender, o incluso desaparecer. Una venganza espacial, como esas casas encantadas en las que ha habido sufrimiento y dolor, y se concentran energías negativas, y acaban siendo malditas, refugio de pésimos poetas, y mantenedores de presentación de falla: «Estos Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora campos de soledad, mustio collado, fueron un tiempo Itálica famosa». A sustituir Itálica por Mestalla. Todo esto sucede ante nuestros ojos. Me contaba una persona esta misma semana que se había encontrado con una persona, trabajadora del club, con sonrisa de secta, y le había colocado el relato de la unidad. Ya se sabe: «Es el momento de estar unidos. Juntos lo conseguiremos». El 'tots a una veu' de siempre. Pues va a ser que no. No tengo ningunas ganas de estar unido con quien no merece la unidad, ni cantar nada con los verdugos, ni consentir que esos mismos verdugos, después de la cruel sesión de tortura, riéndose en el palco, sean los que me expliquen lo que ha pasado, y se mantengan en el poder cambiando un poco las reglas. Como en El Gatopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, cuando el personaje Tancredi le dice a su tío Fabrizio, la conocida frase: «Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie». Tots a una veu sí, por supuesto, siempre que las voces no sean rancias, del pasado, las de siempre. Voces nuevas, sin humo, verdaderas, las de las palabras honestas, las que piensen en un futuro digno, y se comprometan con que todo no siga como está. Que esta película no solo consiste en dejar de ser Cándidos, sino también que podamos identificar y librarnos de los Tancredos.
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