Si como Gregor Samsa despierto algún día convertido en bicho, pongamos por caso un ratón, que mi aprensión a los insectos me otorga derecho de veto, espero que tras el cepo que habrá de costarme la vida se oculte un buen taco de queso por ... el que valga la pena morir. En eso piensas cuando el navegador malasombra te escupe a la cara, atrapado de nuevo en la trampa de la V-21, su negro augurio; necesitarás hora y media para recorrer 23 miserables kilómetros. Volviste a caer, espeta una sonrisa invisible dibujada en el asfalto, y ya puedes telefonear a cualquiera que sea tu destino. Es ahí cuando buscas el consuelo del roedor en que te has convertido: que al menos esta vez haya una razón, un accidente, una avería, algún argumento objetivo que te arranque de la espalda el monigote de papel que llevas colgado... Pero nunca lo encuentras, porque de repente, cinco kilómetros y 37 minutos después de que el GPS te levante el dedo, tu tapón se diluye, ¡allez hop!, tráfico fluido y allí no hay nada. Ni rastro de tu queso, constatas cuando por fin los neumáticos pisan Valencia, varado en el semáforo de Europa, mientras un saltimbanqui con rastas calibra el estado de tu paciencia y del depósito de gasolina, jugándosela el pobre diablo como torero a portagayola frente a la ira que te corroe, envuelta por el olor a impotencia del motor recalentado. Dice la ministra, antes de apuntar otro plazo para la V-21, que el abandono al que nos somete su Gobierno en materia de infraestructuras es culpa del Covid, de Putin, de la climatología... Y de los marcianos, terciaría Puig a tenor de su discurso en el Día de la Rosa. Que pruebe a soltarme sus milongas cuando mi cuentakilómetros marca 22 sobre el provocador cartel luminoso que prohíbe pasar de 80. Veintidós, el número mágico del Dúo Sacapuntas, ahí habéis quedado tú y otros cientos de imbéciles incrustados entre el Pulga y el Linterna. ¿Y cómo está la autovía? 'Abarrotá'. Que le vaya con esas la ministra a quien huyendo de mi suerte permanece encallado en la A-7 o la huerta de Alboraya, porque las ratoneras de Valencia, igual que los conductos de aguas fecales, se interconectan. No, señora; si quiere hablar de la V-21 emplee términos como fracaso, desaforado ecologismo jaleado en su momento por el Ayuntamiento -que aquí ni pincha ni corta pero metió cuchara-, error de cálculo o desidia. De los de antes y de los actuales. Y entre tanta cháchara concluya el maldito tercer carril, ¿qué fecha dice ahora, octubre?, si bien no descarto que una vez finalizada nuestra Sagrada Familia, quince años perdidos, sea de uso exclusivo para autobuses. O mejor bicicletas, y perplejos las veamos adelantarnos mientras recitamos un trabalenguas fonéticamente capicúa: la Valencia de Ribó derribó Valencia.

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