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La verdad es que lo de los rayos dormidos puede sonar algo raro, como un recurso esotérico o de ciencia ficción. Pero existen, son totalmente ... ciertos. Yo he visto quemarse un algarrobo entero, hasta las raíces, lentamente, durante varios días, en medio de un campo labrado. En dos ocasiones, en sitios distintos. No nos lo podíamos creer, pero allí estaba. Podría pensarse en la acción de algún pirado (todos los pirómanos lo son), pero no tenía sentido: recorrer kilómetros porque sí, en medio de la nada, y después andar largos trechos hasta el árbol-víctima. No cuadra. Desde la visión pirómana no tendría lógica. Un pirómano quiere que se vea lo que quema, no que se quede su 'obra' arrinconada, sin que se note, y que si la ve alguien un día no entienda nada.
Informes recientes de expertos en la materia indican que buena parte de los incendios forestales son por culpa de rayos dormidos. Ya se sabía desde hace tiempo, pero está bien que se renueve la memoria. Las noticias y los informes a veces son circulares. Van y vuelven. En los años 80, cuando no había aún departamentos autonómicos especialmente dedicado al medio ambiente, ni había UME, pero sí acudían los soldados de reemplazo, de lo que más se temía en la Unidad Forestal, que no era más que la parte del 'Icona' estatal transferida a la Generalitat, eran las tormentas secas. Recuerdo que un día, un gran especialista del Consell en todo tipo de lides forestales y en la lucha contra incendios, nos explicó lo de los rayos dormidos, y nos dejó estupefactos. Una tormenta sin lluvia pero con múltiple descarga de aparato eléctrico en el monte. Los servicios pertinentes, en alerta, por el riesgo de que cualquier fogonazo prenda, para lanzar los avisos de inmediato. Pasa la tormenta y no se ve nada. Pero a los dos o tres días, desde una torre de vigilancia se vislumbra una columna de humo en lo más intrincado de la sierra. ¿Qué ha pasado? Un rayo dormido. Cae sobre un árbol, arde lentamente su tronco, sin escándalo, se va consumiendo por dentro, las ramas se derrumban sobre un poco de maleza, sopla viento que aviva la llama, prenden unas brozas secas y se desata el desastre.
Con aquellos algarrobos que se quemaron, sin duda por sendos rayos, no pasó nada más porque no había nada que pudiera quemarse en su entorno. El terreno estaba 'limpio', por así decirlo. O sea que los rayos son inevitables y lo que cabe limitar es el 'combustible' que haya alrededor. Han pasado décadas y se redescubre la relevancia de los rayos dormidos. Los expertos dicen que ahora caen más rayos, sin duda por el cambio climático. Bueno, así preferimos conformamos. Pero que conste que antaño no se contaban.
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