En política se etiqueta como 'outsider' a quien irrumpe en el teatro del poder procedente de otro ámbito sin haber logrado una influencia endógena desde un partido. Hay ejemplos de estos liderazgos con resultados variopintos: Venezuela, Perú, Panamá, Estados Unidos... Donald Trump se reivindicó como el primer presidente norteamericano 'outsider' que iba a romper con las tradiciones del 'establishment'. Vaya si lo hizo. Con su impronta populista y caprichosa sobrepasó todos los límites. Los 'outsiders' se presentan a menudo como una bocanada de aire fresco para regenerar la corrupta naftalina que se atrinchera en las instituciones. Se estrenan calzándose los zapatos como cualquier ciudadano, con los pies en el suelo. Sin embargo, en cuanto toman posesión de la autoridad, se ha comprobado que ellos también se arrancan a levitar por encima del resto. De manera que se sitúan más fuera que dentro de la realidad que los rodea, siguiendo los cánones de los 'insiders'. Hace ahora siete años Pablo Iglesias anunciaba en el Teatro del Barrio en Lavapiés: «Algunos piensan que la política es una cosa de los políticos, unos señores encorbatados que ganan mucho dinero y encarnan unos privilegios, y que si la gente normal no hace política te la hacen otros. Y eso es peligrosísimo. Toca mover ficha. Voy a dar un paso adelante». Ahora es vicepresidente segundo del Gobierno. Entre los problemas que hoy preocupan a la «gente normal» se sitúa el elevado precio de la luz cuyo IVA al 21% podría rebajarse como sucede en otros países europeos. Esta reducción constaba en el programa electoral de Podemos. Lo que no consta oficialmente es que Iglesias esté presionando para lograrlo. No al menos con la misma vehemencia con la que ha comparado en 'Salvados' a Puigdemont con los exiliados durante el franquismo.
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La lista de cargos públicos, funcionarios, técnicos y militares que se ha colado en el plan de vacunación contra el coronavirus sin pertenecer a los grupos prioritarios se multiplica a la misma velocidad que crece la indignación en la calle ante el despropósito. La necedad se ha llevado por delante a algunos como el JEMAD o el consejero de Sanidad de Murcia que lamentaba al despedirse que su acción no fue «entendida por una parte de la ciudadanía». Otros, como el responsable sanitario ceutí, se justifican con este nivel: «Yo no quería vacunarme, si a mi no me gustan las vacunas». ¿Qué grado de astigmatismo moral se debe sufrir para pensar que colándose en la vacunación se está haciendo el bien? Afortunadamente esta distorsión no es generalizada. Hay alcaldes, como el de La Roda (Albacete), que con toda la razón han confesado estar hasta las «narices». Juan Ramón Amores, enfermo de ELA, siente «miedo» por culpa de los irresponsables porque cuando le llamen para inmunizarse alguien podría criticar que es por su «puesto». No todos los políticos son iguales. Quedan algunos honestos y que no viven fuera de la realidad.
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