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¿Recentralizar es de derechas?

PABLO SALAZAR

Miércoles, 29 de noviembre 2017, 08:47

La empanada mental de algunos dirigentes de la izquierda española les lleva a cometer errores infantiles. Aunque posteriormente rectificó la boutade, casi en el acto, la número 2 del PSOE, Adriana Lastra, comparó ayer a Albert Rivera con José Antonio Primo de Rivera tras advertir que Ciudadanos se ha situado «a la derecha del PP». Dejando aparte la escasa imaginación que demuestra la socialista (sólo superada por el cansino recurso a Franco de los independentistas catalanes), cabe preguntarse por qué hace esta equiparación. La respuesta no hay que buscarla en los planteamientos económicos o sociales del partido naranja, que en general se sitúan más al centro que los populares aunque abandonaran la socialdemocracia para abrazar el liberalismo, toda una proeza de viraje ideológico al alcance de muy pocos. Tampoco tiene que ver con la postura de la formación que lidera Rivera en asuntos morales o de relación con la Iglesia católica u otras confesiones, en los que también adelanta Ciudadanos al PP por la izquierda. No. La supuesta deriva derechizante de la marca que nació en Cataluña y ahora amenaza la tercera posición electoral de Podemos se relaciona única y exclusivamente con el modelo territorial que defiende y con su reciente oposición al cupo vasco, el privilegio fiscal del que goza una parte de España y que está amparado por la Constitución. De lo que se deduce que, según esta peculiar visión de la izquierda, cualquier intento recentralizador para armonizar competencias y para evitar agravios entre territorios es falangismo puro, José Antonio redivivo. Esta presunta teoría política no soportaría el mínimo análisis en cualquier país europeo, donde el ser más o menos autonomista no está asociado a la ideología, progresista o conservadora. Pero en España, desde la Transición quedó claro que la apuesta por una mayor descentralización estaba del lado de la izquierda, que huía de un patriotismo español que consideraba patrimonio del franquismo. Se instaló así en los partidos progresistas una corriente de comprensión hacia las identidades regionales, al tiempo que desaparecía poco a poco la idea de conjunto, de una España que dividida en diecisiete trozos produce desequilibrios intolerables, discriminaciones y desajustes, enfrentamientos por el agua o la financiación. La España de las autonomías fue un buen invento para encauzar los sentimientos diferenciados en un proyecto común, pero el desafío catalán ha provocado un lógico hartazgo ante los excesos de los nacionalismos periféricos y la insolidaridad de las élites locales. Pretender reajustar el modelo, acabar con duplicidades o aspirar a que la educación no prime lo particular en detrimento de lo común no es de derechas ni de izquierdas, es de sentido común.

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