Mi reciente viaje a 1938: Hitler ha vuelto
UNA PICA EN FLANDES ·
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UNA PICA EN FLANDES ·
Putin está reconstruyendo la política internacional de bloques en la que Rusia no será rica, pero sí poderosaPasé el sábado y el domingo intentando volar a Kiev, en contacto con la embajadora de España en Ucrania. Tenía concertada una cita con Denis Shmyhal, primer ministro ucraniano, y sendas cenas con el expresidente Petro Poroshenko y la exprimera ministra Yulia Tymoshenko, además de otras reuniones con el ministro de Defensa y el alcalde de la ciudad. Componíamos la misión cinco eurodiputados de distintas nacionalidades, todos del Partido Popular Europeo, y el objetivo era mostrarles nuestra solidaridad de demócratas y asegurarles que no los íbamos a dejar solos. Lufthansa suspendió el vuelo en pleno trayecto, luego no autorizaron a despegar a un aerotaxi que pudimos concertar en el último minuto y nos quedamos a medio camino. Y menos mal porque, en cuanto comenzó la invasión rusa, la Unión Europea no mostró aquella solidaridad de demócratas y dejó a Ucrania completamente sola, con lo que habríamos hecho el ridículo.
A Putin las sanciones económicas le dan igual, hace mucho que, como la antigua URSS, pospuso el desarrollo de Rusia a su poderío militar. Y no digamos eso de que lo quiten de Eurovisión. Nuestra reacción frente a su guerra le hace cosquillas. Me pregunto por qué no hemos expulsado ya a todos los embajadores rusos de nuestras capitales o a los mafiosos rusos de sus chalés, esas sí serían respuestas directas.
Nuestra misión continuó en Lituania. Allí tuvimos oportunidad de entrevistarnos con la primera ministra Ingrida Simonyté, de visitar a las tropas de la OTAN acuarteladas y de verles el flequillo a los rubios del otro lado de la frontera. En este punto se sumó a la expedición el líder de la oposición finlandesa, Petteri Orpo. El ministro lituano de exteriores nos trasladó su convencimiento de que lo próximo que hará Putin es probar la fortaleza de la OTAN atravesando con sus carros de combate los menos de cien kilómetros que separan el límite de su impero del enclave ruso de Kaliningrado. Les sugiero ahora que consulten un mapa pues la mayoría no sabemos que Kaliningrado es una colonia rusa de 15.000 metros cuadrados dentro del territorio de la UE, en la que Putin tiene la base de su flota del mar Báltico y unos cuantos misiles balísticos. Le costaría menos de una hora enlazar con Kaliningrado por tierra y a la OTAN le correspondería entonces decidir si reacciona con la tercera guerra mundial.
La tarde y la noche del martes la compartimos con Svetlana Tsikhanouskaya, líder de la oposición bielorrusa exiliada en Vilna, y con distintos compañeros suyos. Nos trasladaron la angustia y el dolor con que su pueblo vive la cruel dictadura de Lukashenko, el títere de Moscú, y cómo encarcelan a sus familiares (el marido de Svetlana, por ejemplo, ha sido condenado a veinte años de incomunicación) para hacerles desistir de su rebeldía democrática. Nos advirtieron de que el tirano ruso utilizaría el suelo bielorruso para atacar a Ucrania por la espalda, como veinticuatro horas después ocurrió.
A partir del miércoles proseguí el periplo por la frontera bielorrusa ya solo con mi compañero Andrzej Halicki. En Polonia supimos de una caravana de refugiados que en ese momento cruzaban aquellos límites territoriales boscosos, salvajes, congelados… No puedo escribir que los observamos porque allí es ilegal. Y nos enteramos, tampoco diré que fuimos testigos, de la carrera por llegar los primeros a ese grupito de desesperados muertos de frío, miedo y hambre, que a continuación se produjo entre los medios de comunicación, que en Polonia tienen prohibido filmar la frontera, la policía, que rebota a los refugiados y los devuelve al bosque impenetrable, y una oenegé, que rescata personas de su abandono al peor invierno. Y allí, en el bosque más antiguo del continente, con la nieve empañándonos las gafas a los tres, una joven, casi una niña, no diré su nombre, miembro de una organización humanitaria, nos hizo partícipes del esfuerzo que hace la población local para alojar a la gente perdida que sale de la maleza, del odio al inmigrante que siembra la propaganda del Gobierno polaco y del riesgo cierto de que tras la invasión de Ucrania millones de europeos de allí vengan a refugiarse a Europa del Este.
Me vino a la memoria un poema de Ángel Gonzalez titulado «Bosque». Dice: «Cientos de árboles contienen el aliento sobre tu cabeza». Y así debe ser cuando los árboles ven pasar a sus pies a los más desamparados perseguidos por una muerte vestida de uniforme.
En un domicilio privado de Varsovia me entrevisté con el presidente del Senado polaco, hablamos de espionaje e intervención ilegal de teléfonos móviles, un asunto que llevo en el Parlamento Europeo. Salí con una lista mental de cuántos parlamentarios europeos de extrema izquierda iban a oponerse a que la OTAN respondiera cuando Putin invadiese Ucrania y de cuántos de la extrema derecha se iban a quedar mudos, indignado por la habilidad del autócrata ruso para comprar por el mismo precio a comunistas y fascistas. Y al día siguiente, cuando se produjo el ataque, comprobé que, por desgracia, no me había equivocado con ningún nombre de esa lista de amigos del ogro, que me quedé corto.
Iba a intentar volver a acercarme a la frontera ucraniana, esta vez por tierra, cuando recibí una llamada y acepté regresar a España a organizar el congreso de mi partido, una responsabilidad que por el bien de todos y en las horas difíciles que se avecinan no podía rehuir.
Si se me pidieran conclusiones de lo que he visto diría que Putin nos ha tomado la medida y que está reconstruyendo la política internacional de bloques en la que Rusia no será rica, pero sí poderosa. Rusia y China pretenden liquidar la globalización o, dicho de otra forma, globalizar el nacionalismo, volver a un mundo roto en dos. Putin busca expulsar de Europa a EE. UU. y romper la UE. Por eso, la gran pregunta es: ¿qué vendrá después? Para algunos será China quien ahora ponga en un aprieto a las democracias conquistando Taiwan, para otros será Rusia quién se comerá Moldavia que, igual que Ucrania, tiene una región prorrusa, Transnistria, o será la ya mencionada franja de Kaliningrado.
Rusia y China parten de la certeza de que ni utilizaremos armas nucleares ni estamos dispuestos a aceptar una guerra a gran escala, y nos van a provocar hasta acobardarnos. ¿Estamos dispuestos a afrontar las consecuencias económicas que tendría para la UE dejar de comprar gas y petróleo rusos? Esa es la pregunta. No tenemos ni idea del peligro que viene del Este. Yo acabo de llegar de allí y puedo asegurar que Putin es Hitler en 1938 y que el bosque contiene el aliento sobre nuestras cabezas.
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