Ayer habitábamos una España sin indultos y con mascarillas. Pero hoy es al revés. Con y sin, dos conjunciones que se han intercambiado tan fácilmente ... que resulta abrumador. Ante el precipicio de la libertad regalada se encuentran ya los presos catalanes sin sombra de arrepentimiento y con el propósito de reincidir. Y para todos los demás, es decir para usted y para mi, el Consejo de Ministros nos autoriza a que hagamos un streptease facial tras el cual, quién sabe, nos enfrentemos a un auténtico desconcierto, porque ¿y si después de todo este tiempo ya no nos reconocemos?
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Desde el sábado podremos desprendernos -en público y al aire libre- de esta prenda camufladora de sonrisas que llegó a nuestras vidas casi por casualidad tras destronar a los guantes de latex ¿los recuerdan? Estuvieron en el top de ventas y hasta llegaron a agotarse cuando todavía éramos unos analfabetos en pandemia y entrábamos a hacer la compra ataviados hasta con guantes de cocina rosas para evitar tocarnos y con la cara bien despejada respirando virus con toda normalidad. ¡Inocentes!
Las mascarillas sólo se hicieron obligatorias cuando los supermercados estuvieron en condiciones de ponerlas a la venta, ¿casualidad? Prioridades y otros mercados como con el suministro de las vacunas, pero ese es otro tema. Mientras tanto nos entretuvieron con los guantes y el papel higiénico.
Pues con los indultos algo así como con esto de los guantes. No servirán de mucho ni tan siquiera para hacer el aire algo más respirable. Sin mascarilla. Si lo escuchan ya empiezan a entonar la siguiente cantinela que suena a amnistía. Suma y sigue. Lo que se hace para contentar a unos pocos va a terminar distanciando a todos los demás por mucho que estén calculados sus beneficiosos resultados a favor de las cuentas que maneja Pedro Sánchez y los suyos porque, en esto de los indultos, parece que no todo el PSOE se reconoce y da la impresión que los llevan de las orejas como castigados. Pero aún así van.
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Las mascarillas en verdad -como el conflicto catalán- nunca se van a ir del todo porque vinieron para quedarse. Con ellas hemos entrado en una nueva era cívica y de relación social. Los higiénicos apósitos han logrado objetivos nada desdeñables además de los sanitarios: tapar arrugas o barbas desatadas, evitarnos olores indeseados y han contenido efusividades excesivas. Han hecho más bien que mal por mucho que sean nuestro particular martirio respiratorio.
Con todo y desde la España atónita y perpleja cambiemos de tercio ante lo irremediable y al menos demos la bienvenida al verano. Y sigamos el hábito de una niña hindú que este año pasa a primero de Primaria en un colegio público de Valencia que cuando se cansa se sube la mascarilla, le saca la lengua a su vecino y se la pone como antifaz para dormir plácidamente la siesta a mitad de clase. Pues eso pero al aire libre, que ya tenemos ahí las vacaciones.
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