El reflejo de la vida
EL ESTADO DE LA COMUNITAT ·
Llevar a tu hijo a caballito para sacarlo de la cama parece una tontada. Hasta que un día tuerce el gesto y se niega. Destellos que se nos escapanSecciones
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EL ESTADO DE LA COMUNITAT ·
Llevar a tu hijo a caballito para sacarlo de la cama parece una tontada. Hasta que un día tuerce el gesto y se niega. Destellos que se nos escapanLos hijos se me hacen mayores. Y yo con ellos. Ley de vida. Y que dure esa ley muchísimo tiempo. Pero llega la melancolía ... al ver que dejan de ser niños. Cómo abandonan la inocencia que antes emanaban. Aunque al mismo tiempo amanecen otros disfrutes. Un almuerzo con una conversación ya con poso. Ver cómo empiezan a preocuparse por ti, igual que tú te has desvivido por ellos. Y los albores de la adolescencia a los 13 años. Uno cree que nunca va a llegar ese momento que le han contado tantas veces de comprobar cómo tu pequeño empieza a hacerse un hombre encerrándose una eternidad en el baño. Pasándose horas ante el espejo mientras se moja el pelo. Se lo seca. Se lo peina. Se lo vuelve a mojar. Se lo vuelve a secar. Y así en un bucle que puede prolongarse casi hasta el infinito. Cómo empieza sus primeros escarceos con la maquinilla de afeitar. Cómo sale del patio de casa y camina hacia el colegio girando la cabeza ante cada cristal del portal de las fincas y los escaparates de las tiendas. Buscando el reflejo de su pelo. El reflejo de la vida.
Destellos del presente que a menudo dejamos escapar. Que no capturamos en nuestras retinas del alma. Cegados por la riada del día a día. Por las prisas. Por los grandes problemas que en realidad son nimios. En cada etapa de nuestra existencia pensamos que está por llegar la mejor. Cuando los críos son pequeños, que a ver si se hacen grandes para ir teniendo más independencia. Escuchaba estos días a un compañero decir que a ver si crecía su niña de seis años. Yo ya noto cómo el pequeño (10 años) no ve con tan buenos ojos que lo saque de la cama ofreciéndome a llevarle en caballito al comedor para desayunar. Un gesto el mío tonto en apariencia. Una rutina. Ahora me arrepiento de no haber disfrutado más de su esencia. De un simple instante que en realidad es un tesoro. Que se evaporó. Cuando son adolescentes, que a ver si pasa pronto una racha en la que empiezan los debates, las reglas cuestionadas, los cambios repentinos de humor... Sin darnos cuentas de la verdadera joya: siguen ahí. Aunque sea para enzarzarse, pero están ahí. Cuando vuelen, cuando no pisen la casa, echaremos de menos esos instantes. Otros destellos, otros tesoros que dejamos escapar.
«Qué ganas tengo de acabar la Universidad...». Ironizaba esta semana una joven colega. Enfrente, el compañero que tiene ganas de ver crecer a su hija de seis años responde con sorna: «¡Uy, si yo pillara de nuevo la facultad!». Y yo. Con los agobios del estudio, las primeras cervezas frente al seminario de Moncada y los sueños de futuro. Otra vez el reflejo de la vida que se nos escapa. La vida es ir acumulando tesoros en el alma. Recuerdos de esos que brillan. Yo pagaría por volver a ese pasillo oscuro con la única luz de la cocina al final, con mi madre envuelta en el olor de las tostadas. Daría mucho por regresar al viejo Passat en el que mi padre me llevaba al colegio, con el aroma de su colonia impregnándolo todo. Los paseos con 'Maya' por el barranco de Paiporta, antes de ver cómo sus ojos se cerraban tras la última inyección en el veterinario. Las tardes eternas de verano en Piqueras, bocadillo de 'choped' en mano, sin bajarse de la bici. Subirse cada fin de semana al autobús del C. D. Utiel para recorrer los campos de Tercera y cantar los goles en Radio Encuentro. La vida es todo eso. No mirar el reflejo en el espejo y olvidarlo. Exprimir cada sensación. Cada día. Este 10 de abril de 2022 es un tesoro. Único. Jamás se volverá a repetir. Un regalo. La gasolina del alma esta ahí. En cada destello que capturamos.
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