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A ver si ahora resulta que Ribó es del PP

ROSEBUD ·

Antonio Badillo

Valencia

Martes, 20 de septiembre 2022, 00:18

Entendida la política como un juego de estrategia -el alfil lanza el tiralíneas y se apoya en la torre para amenazar al rey-, no puedo estar más de acuerdo con la apuesta ganadora de nuestra izquierda por la Copa Davis. Aunque sea para una eliminatoria ... previa y el delicado Sugus de cereza lo saboree Málaga, el regreso del tenis de élite enciende una de las luces del pasado, el faro de los grandes eventos. Aquella singladura tan criticada sacó a Valencia del circuito del turismo doméstico para catapultarla hacia el de lujo, y con ella vinieron guiris y paisanos de esos que hoy molan a este PSPV entregado al neocapitalismo más pragmático; visitantes dispuestos a dejarse los cuartos, nada de medianías, hospedados en hoteles de alto standing, no en apartamentos al sombrajo de Airbnb, antes adictos a las estrellas Michelin y las terracitas que a la pizza recalentada o las cuchipandas de banco, farola y bocata a la luna de Valencia. El tipo de forastero, en definitiva, que tanto gusta a Sandra Gómez -Compromís va a saco pero ella es más exquisita-, al que no le importaría pagar esa tasa que está pero no está si a cambio disfruta de una ciudad con menos mierda por metro cuadrado, donde pueda perfumar la noche de fragante chanel, gomina en ristre y ropa bien pija, sin miedo a ser desvalijado. El dinero, y la autoestima, llegó en yates o aviones, olvídate de coches hiperpoblados de baca a reventar -su tasa, amigos, su tasa-, y descubrió que nuestro Mediterráneo no acaba en Barcelona, ni España en Madrid. Y lo contó. Y quien no vino entonces al menos nos conoció por televisión, tiroteo subliminal, tacita a tacita haciendo marca, y cura sana si no nos visita hoy lo hará mañana. Pese a lo mucho que perdimos, entendida la política como un juego de estrategia -gambito de dama para sorprender al rival- tampoco se puede negar a nuestra izquierda que su voraz fuego de mortero contra aquel statu quo tuvo todo el sentido, incómoda ante tanto oropel de pronto extemporáneo. En plena recesión, entonces como ahora, inversión y despilfarro pueden ser sinónimos, y si arrecia el temporal mejor que te pille con Greta Thunberg que junto a Bernie Ecclestone, Demi Moore o el habano de Michael Jordan. Hasta ahí todo en orden, pero en caso de que entendamos la política como un ejercicio de coherencia -ocho peones no valen una reina-, si alguien está inhabilitado para volver a exhibir Valencia en el escaparate mundial del glamur es nuestra izquierda, un día Quijote y otro Sancho, desperdiciada la ocasión de demostrar que su Marx de cabecera no es Groucho y que si nos desagradan sus principios no tiene otros. Porque sumidos en una crisis galopante, ahora como entonces, diez millones de canon en cuatro años dan para rescatar a muchas personas, y a media partida es sucio cambiar las reglas del juego. Tres hurras por su afortunado bandazo, pero vengan y me lo explican. «¿Para qué queremos los valencianos los ruinosos grandes eventos que sólo nos han traído deudas y corrupción?», se preguntaba Ribó en 'Vanity Fair' la víspera de San José de 2019. «Una de las mejores formas de estimular a los jóvenes es apoyar los grandes eventos», suelta tres años después. Dice un viejo mito que nacemos siendo de izquierdas y la edad nos acaba haciendo de derechas. A ver si a estas alturas el alcalde... No quiero ni pensarlo.

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