La revolución de Piolín
Arsénico por diversión ·
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No entiendo cómo nadie pensó en lo inoportuno de relacionar a la Policía con un barco de los Looney TunesNo entiendo cómo nadie pensó en lo inoportuno que era relacionar a la Policía, en un contexto de conflicto, con un barco pintado con los Looney Tunes. Durante días hemos visto cómo nos explicaban que los policías desplazados a Barcelona residían en un barco atracado en el puerto mientras las imágenes mostraban una nave con las caras del Coyote, Piolín y el Pato Lucas, por un lado, y el demonio de Tasmania, Piolín y el gato Silvestre, por el otro. Que hubiera bromas y cachondeo solo era cuestión de tiempo. Sin embargo, lo realmente inadecuado no es atracar con esa imagen poco calculada, sino querer taparla ahora. La campaña no se ha hecho esperar: en un contexto de falsedad intencionada, lo más cierto es el riesgo permanente en el que vive Piolín. Y aficionados ya a la demagogia, qué mejor que iniciar la defensa del pájaro (sic) bajo el lema «Todos somos Piolín». Sin embargo, la imagen del «pardalet grog» es todo un símbolo. Se muestra inocente, liviano, amable, ajeno por completo a la maldad que le viene de su enemigo eterno pero en realidad, en cuanto sale la ancianita venerable por la puerta, es el peor de los personajes animados. Es un borde, un cínico y un hipócrita. Lo siento, pero en este punto, yo soy más de Silvestre, del Coyote y del Gallo Claudio. Siempre con el débil y el torpe al que le toman el pelo. Solo cedo ante Bugs Bunny porque Elmer el gruñón lleva a un arma y, ante eso, toda argucia es bienvenida.
No se quejará nadie, eso sí, de que la escenografía es belicista. Si hubieran aterrizado por allí con un barco pintado de 'Juego de Tronos', 'Troya' o '300' hubieran dicho que llegaban con un claro mensaje de conquista. Pero los «dibus» son pura bondad, como los claveles en las narices de la policía que algunos románticos les ofrecían mientras sus primos destrozaban el coche. «Peace and Love». En cualquier caso está a la medida de las circunstancias. La revolución de Piolín se muestra con ese carácter naïf que algunos quieren ofrecer de su comportamiento aunque animen a la rebelión injustificada y rieguen la planta del odio al diferente. Jugar ahora a que el Estado español oprime a Piolín es tan falso como el tono con el que el canario dice «me pareció ver un lindo gatito». El problema es la ceguera de la ancianita, tanto física como mental, fruto de los estereotipos que maneja y de la que se aprovecha el pajarraco. Piolín no es un ser angelical ni Silvestre una perversa bestia inmunda. Es más, el gato busca sobrevivir pero el pájaro se regodea en su maltrato diario. Tampoco Correcaminos es un santurrón sino un toca-bip-bip que encima se ríe del Coyote a la mínima ocasión. Es lo que tienen los mitos, que disfrazan lo que sea y nos resultan útiles para sostener lo insostenible. Antes, una patria. Ahora, una rebelión de dibujos animados. La cuestión es que el independentismo se preste a santificar a un pájaro enjaulado contra el Estado español.
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