Que Ribó apele a la plegaria de Niebuhr
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Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la ... diferencia». Esta plegaria se atribuye al teólogo luterano Reinhold Niebuhr. Que se la anote el alcalde de Valencia, Joan Ribó. Sin prejuicios. No sería el primer ateo que atienda a estas oraciones. Ni sería la primera vez que Ribó hace caso a un luterano. O luterana. Sin ir más lejos, en el PP hay un ateo contumaz que tendrá mucha mano en el congreso regional del 3 de julio. De todo hay en la viña del Señor. Si Ribó debería interiorizar la denominada 'plegaria de la serenidad' es porque evidencia un creciente destemple. El alcalde, que asumió con entusiasmo la pista de patinaje que Barberá accedió colocar en la plaza del Ayuntamiento a regañadientes, patina como si estuviera sobre hielo. Precisa de encaje, una capacidad de la que carece o ha desatendido, pero que es imprescindible cuando llegan curvas, en la vida o en la política.
Que le pregunte a Mónica Oltra (también de Compromís), que encaja. No con alegría. A nadie le gusta, pero en el cargo va la carga. Encajan también María José Catalá, o Eva Ortiz (del PP), o Mata (del PSPV), o Montiel y Davó (de Podemos), o Cantó (de Cantó), y se esfuerzan por hacerlo aunque les cueste el presidente Puig, o Pilar Lima, Bonig... pero es difícil. Es una capacidad que se tiene o se entrena, pero no se puede ejercer la política sin esa virtud. O se puede, pero pisando charcos como los que últimamente chafa el alcalde de Valencia, que cuando le preguntan por aquello que no le gusta, o le interpelan en un pleno, o le llevan la contraria en el gobierno municipal, exhibe mecha corta y, progresivamente, menguante. O bromea sin tino, como en las tabernas pueblerinas.
¿Por qué Ribó ha perdido 'finezza' y paciencia? Quizá nunca tuvo, pero eso es descartable con la de años que estuvo en la oposición. Andar ya por su segunda legislatura en el poder no ayuda. Hace falta autocontrol para no flotar cuando a su alrededor los palmeros (todo hombres) aplauden con tal potencia que la fuerza de los manotazos le impulsa hacia las alturas «en una corriente en chorro», tal y como auguraba Camps que le pasaba a la Comunitat allá por 2006, hipérbole que tanto gusta recordar a un asesor de Compromís. El despegue es una maniobra que exige atención. Es lógico que a Ribó, en plena ascensión, le perturben las críticas. Y hay que recordar, además, que esta legislatura tiene enfrente a Catalá, que, además de recibir, es de las que devuelven los golpes, y Ribó llevaba años en otra cosa. Se acostumbró a la buena vida. Ahora toca volver al duelo, pero con florete, no con trabuco.
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