Ribó en el tren de la bruja
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Al alcalde le faltan las armas de Sánchez, otro as de la carambolaLa vida viene a ser como el tren de la bruja; aunque creas tener todo bajo control, nunca sabrás si a la vuelta de la cortinilla te esperará el globo o un escobazo. Harrison Ford no era más que un carpintero, Chris Pratt se pagaba las resacas sirviendo camarones en una marisquería hawaiana, Boris Karloff aparcaba camiones hasta topar con el papel de Frankenstein, a John Wayne lo descubrió Raoul Walsh mientras descargaba un sillón y la adolescente Natalie Portman coincidió en una pizzería con un cazatalentos de Revlon. Visto así, tampoco resultaba tan improbable que a Ribó le tocara una alcaldía en la tómbola de 2015. Sin embargo, importa menos cómo llega tu oportunidad que si estás listo para afrontarla. No era el caso de Sánchez, protagonista de otra gran carambola, pero él supo construir un mundo de locos donde su personaje tenía pleno encaje y al que nos arrojó a todos al grito de «cámaras, acción». Cada día es el anterior, atrapados en el tiempo igual que Bill Murray, y al calor del contador a cero va reconstruyendo su discurso, convertida la palabra en bien perecedero como corresponde a todo buen fresco. Ribó no tuvo ese talento, o esa desfachatez. Sigue en nuestra órbita, en un universo aún regido por la razón, y ahí se le ve el cartón. El casting tampoco ayuda. La medida de un héroe la da la talla de su villano, y no es lo mismo contender con el Joker de Heath Ledger que con el Pierre Nodoynua de Hanna-Barbera. A Sánchez le benefició la proximidad de Iglesias, ese Barón Ashler que descubrió la facilidad para ser comunista si se tiene medio millón de euros, o chavista cuando tus hijos corretean por el jardín de una mansión de la sierra madrileña en lugar de comerse los mocos sobre el puente de Simón Bolívar. Sus contradicciones ayudaron al presidente a ajustarse la máscara de centro. Sin embargo, Grezzi no es para Ribó más que un malo de Serie B cuyas trapisondas nunca le servirán de escudo, ya que en su caso ni siquiera lo trajo una imposición del guion; vinieron de la mano y comparten siglas y destino. Seis años después, integran el legado del alcalde las inversiones no ejecutadas y un vacío de gestión maquillado por el virus. La tensión en el transporte privado, llenas las calles de trampas para ratones sin alternativa pública a la altura. La guerra entre peatones y ciclistas, a un atropello en la Gran Vía de echársele también estos encima. La marginación de barrios o el pulso al comercio. Las ayudas teledirigidas. El reflejo de una Valencia tristona y descuidada a la que su talante plomizo no rescatará de la abulia, porque le faltan más armas de Sánchez: la fuerza que da la juventud, el rencor del humillado o el vergajazo de la ambición desmedida.
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