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Urgente Muere una joven al ser atropellada en un paso de peatones de la Ronda Nord de Valencia

Caer nos humaniza; lo realmente titánico es levantarse del suelo y recomponer el paso. El Valencia vuelve a jugar una final tras once años de anemia, un negro pasadizo que conecta con el título de 2008, que se peleó y ganó pero nadie celebró porque no estaban los cuerpos para fiestas. Aquel triunfo de empalagoso sabor a derrota selló un quinquenio marcado por la frustración, la de un Juan Soler que con todo a favor, incluidas la inercia ganadora y la sumisión institucional, despertaba cada mañana un poco más lejos de la obra maestra que sus antecesores habían esculpido contra el viento social y la marea deportiva. Fue así como un Valencia menguante terminó arrinconado en su habitación del pánico, la vida diseminada entre los retorcidos renglones de la crónica política, económica, urbanística y hasta de sucesos, enjaulado en las antípodas de su hábitat natural. El largo otoño vio marchitar el ilusionismo de Soriano, la tecnocracia de Javier Gómez, el ricino de Llorente, las emboscadas de Salvo y hasta el dinero de Lim, millonetis consciente de que la mejor forma de hacer fortuna es gastar lo justo. Volver a la Champions oxigena la caja de caudales y revaloriza la marca, pero la esencia de la grandeza reside en disputar los títulos. Por eso la final del sábado ya se ha jugado, y se ha ganado. No me malinterpreten, no se trata de un mensaje conformista incompatible con el espíritu de esta reflexión. El Valencia tiene la obligación de batallar por el trofeo y traerlo a Mestalla. Pero la gran victoria, por encima de una Copa como la que ya hay otras siete en las vitrinas, es que el club vuelve a estar en pie y sale de su letargo para aguijonear un orgullo amodorrado por la insatisfacción. La paradoja ha querido que cierre el círculo el hombre que se negó a abrirlo, el mismo Marcelino que días después de aquella victoria sin brindis de 2008 vino, vio y salió por piernas al descubrir que el proyecto ganador que le habían vendido se erigía sobre una gran mentira. Su huida, tan criticada entonces por muchos de quienes hoy lo veneran -así es el fútbol y así es la vida-, fue un acierto. Un loable ejercicio de supervivencia. A veces el camino más corto es el que incluye el mayor rodeo.

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lasprovincias El rodeo de Marcelino