El mayor de mis sobrinos, José María, es una especie de Chris Hemsworth -pura genética, ya saben- sin el martillo de Thor. Aún no ha cumplido los 30 y ya ha vivido en Madrid, México, Australia y Marruecos. Muero de envidia, claro, pero lo que más me pica es que es surfero. Siempre he sentido cierta rabia mal disimulada hacia estos rubitos bien formados, bien bronceados y bien rodeados. En mi generación apenas existían las tablas. Jugar al baloncesto, como yo, ya era considerado algo exótico. No te digo el que le daba al golf. Por no hablar de los que salíamos a correr sin más, esos ya éramos auténticos bichos raros.

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Al año que vivió en Australia, de su trabajo y sus ahorros, le sucedió otro subiendo por la costa del sudeste asiático. Iban varios amigos buscando olas, lugares míticos, vivencias de surfista de verdad y no de pijo del Perelló que en verano se sube a alguna olita y se cree Kelly Slater. Después de él se aficionaron su hermano y, luego, varios de mis otros sobrinos.

El verano pasado me presentaron a un grupo de chavales, también de veintitantos, niños bien de Ontinyent, hijos de empresarios, que manejaban viruta. Me contaban que un par de veces al año se cogían unos días y se iban a las Maldivas o vete tú a saber dónde a practicar el surf. Empezó a rayarme tanto jovencillo surfero en Valencia, a orillas del Mediterráneo, que no es que sea un mar especialmente bravo.

Me viene a la cabeza la frase de Amaia cuando estaba en la academia de Operación Triunfo y le hicieron unas mechas para que tuviera un rollo surfero. En cuanto salió de peluquería, en la intimidad de sus amigos, exclamó: «¿Pero qué rollo surfero, si soy de Pamplona?». Pues eso. ¿ A qué santo tanto surf en Valencia?

Con el tiempo he comprobado que no es una excentricidad de jóvenes con ganas de diferenciarse. En Valencia ya hay mucha gente que surfea. En invierno hay mañanas ventosas que se juntan 15 o 20 chavales en El Saler remando en busca de una ola que alimente su fama.

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Mi siguiente descubrimiento fue un local fascinante en la Patacona, una nave en segunda línea de la playa donde uno puede imaginarse en Malibú. Las tablas están sujetas en vertical, una al lado de la otra, a la entrada, como si fueran dientes de tiburón. Después hay una enorme sala de techos altísimos con vestuarios, gimnasio, un pequeño 'halfpipe' para skaters, una cafetería con sus correspondientes tostadas con aguacate y, creo recordar, una sala para hacer yoga. Muy 'cool' todo.

Es la escuela de surf Mediterranean. Cuentan ya con un nutrido grupo de adeptos. Niños, jóvenes y 'viejóvenes' que intentan atrapar la mística que siempre ha tenido este deporte tan cinematográfico para una generación, la mía, que siempre vio el surf tarareando a los Beach Boys.

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Empieza a ser una fiebre y ya no hay familia bien que no envíe a los hijos a un 'surf camp' en verano. Como ya saben inglés no necesitan llevarlos un mes al Reino Unido a pasar el verano con una familia de mantequilla para todo, huevos revueltos y moqueta mugrienta. Ahora muchos se van unos días a Vizcaya, Guipúzcoa, Cantabria, Asturias... Tabla, neopreno y mucha jeta.

Otros cogen la furgoneta y se van hasta las playas de Cádiz o del Algarve portugués. Viento a porrillo. Y allí coinciden todos, ellos y ellas, surferos y no surferos, y corre el alcohol para lubricar y calentar un poco más el tórrido verano. O, directamente, convierten su afición en su profesión, como otros jóvenes valencianos que se están pegando la vida padre con una escuela de surf en Agadir (Marruecos).

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Mediterranean Surf tiene un abanderado con nombre de goleador mexicano, Hugo Sánchez. Le pregunté a mi sobrino y me contestó que claro que sabía quién era, que era el pionero del surf en Valencia. Tiene 31 años y empezó a hacer equilibrios sobre la tabla con 14. Es licenciado en INEF y ha perfeccionado su técnica en Las Palmas y Lisboa.

He vuelto varias veces y el tal Hugo Sánchez nunca está. Sus compañeros hablan de él como si fuera una deidad y no se atreven a molestarle. Un jefe de verdad.

En la escuela también cuentan con un 'longboarder' de postín, Rafa Ordovás. Y dan clases de paddel surf. Pero ahí no, ahí ya no me la cuelan. El paddel es el surf de los pobres. O, mejor dicho, el surf de los que están limitados por la lorza o el michelín. Y uno no será Chris Hemsworth pero tiene una dignidad...

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