Cuando uno se rompe por dentro se siente muy solo, por más que esté rodeado de gente, de gente que le pregunta a menudo qué le pasa y a la que no se le sabe responder. Porque no es fácil explicar lo que a uno ... le sucede cuando se rompe por dentro. Y además teme que se le juzgue o ser objeto de burlas. Y eso hace que la rotura duela todavía más.
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Una fractura de este tipo no causa brechas, no sangra, no tiene por qué provocar fiebre o tos, aunque lo normal es que el cuerpo dé señales, avise, pero nos empeñamos en no escucharle o en achacar lo que nos dice a cualquier otro motivo. Porque cuesta mucho admitir que uno está roto por dentro y que no es capaz de empezar a recoger los pedazos para tratar de recomponerlos.
Cuando uno se rompe por dentro llora sin motivo y le escuece cada lágrima que derrama. Le invade una sensación de tristeza de la que es complicado desprenderse. Y esa tristeza pesa como un saco lleno de arena, que oprime, que aplasta, que angustia. Que, casi, casi, asfixia. Y como no es fácil quitárselo de encima va acumulando ira, porque la impotencia a veces genera ira. Y la ansiedad y la inestabilidad también. Y todo eso junto no casa bien y estalla cuando menos lo esperas y con quien menos quieres. Esas reacciones no siempre son comprendidas y dan lugar a comportamientos y expresiones alrededor que no agradan a nadie. «Está zumbado», dicen. O decimos. «Se la ha ido la cabeza», «No rige bien», «Está loco». Y dan ganas de gritar: No. Estoy roto, pero por dentro, por eso no lo ves.
Pero a ver quién se atreve a soltar eso si se va a encontrar con incomprensión o con sorna, que ni son jarabes ni pastillas que sanen nada. Estamos acostumbrados a gestionar heridas, a contemplar autopsias por televisión, a solidarizarnos con enfermedades que atacan a otros organismos. Pero todo lo que tiene que ver con la salud mental nos incomoda, nos pone nerviosos, nos incita a darle la espalda. No lo entendemos y no estamos haciendo lo suficiente para entenderlo, pese a que es una pandemia que nos rodea y que nos afecta. Nadie se libra. Ayer fue esa actriz famosa. Hoy han sido cientos de personas que viven a escasos metros de nuestra casa. Mañana seré yo. O tal vez seas tú.
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Las enfermedades mentales llegan, se instalan, se expanden. ¿Se pueden prevenir? Claro, pero eso no impide que alberguen donde les plazca. Porque no esquivan a quien supuestamente goza de éxito o cuenta con todos los elementos que propician la felicidad.
¿Se curan? Es posible. Las piezas rotas se pueden reparar. Con paciencia y esmero. Y con auxilio. A las personas que se rompen por dentro les ocurre lo mismo. Y no les ayuda que se reste importancia a lo que les ocurre, ni que se cachondeen por cómo les transforma, ni tacharles de débiles. No hay que dejar que se desangren. No hay que tardar en reaccionar.
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