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Los compases de la 'jazz band' inundan la sala de cine tras el rugido del león. La voz de Fred Astaire recita más que canta que está en el cielo...«when we're out together dancing... cheek to cheek». Los ojos de Cecilia contemplan la próxima película que se proyectará en el cine de su barrio en Nueva Jersey. Una historia romántica cargada de exotismo y seducción: 'La rosa púrpura de El Cairo'. Un galán con salacot, una vampírica cantante de night club y una corte de alegres compañeros de fiesta que siempre sonríen levantando una copa de champagne.
Son los años 30 y la Gran Depresión azota América, mientras el día a día de la pobre Cecilia lo ocupa un marido gandul, un trabajo mal pagado de camarera y esas postales desde el paraíso que son las revistas en las que se muestra el resplandor de la constelación de estrellas de Hollywood y sus noches en el Copacabana.
Hechizada por el intrépido personaje de Tom Baxter, la muchacha no pierde ocasión para volver a ver la película. Tarde tras tarde, con público o sin él, en días de lluvia o de sol... hasta que el propio personaje decide mirarle a los ojos y confesarle su amor, después de sentirla tantas veces al otro lado de la pantalla.
Sus manos se unen en la oscuridad de la sala de cine y deciden compartir sus mundos. Ella le guiará por el gris mundo real y él a ella por el resplandeciente del blanco y negro. Así empieza 'The Purple Rose of Cairo' (Woody Allen, 1985), una obra de orfebrería cinematográfica que ha aguantado muy bien el paso del tiempo con sus exquisitos 85 minutos de duración en unas pantallas infestadas de tanta serie con el argumento inflado hasta lo infumable.
La trama enfrenta a algo tan clásico como el mito de la caverna que explicaba Sócrates y que retomaron como argumento las ahora hermanas Wachowski en 'Matrix' (1999): el mundo real está más allá de lo evidente a los ojos y, por un golpe de fortuna, se puede llegar a ver el reverso del mundo para entender sus secretos.
'La rosa púrpura de El Cairo' evidencia que es mejor el mundo de la ficción, mientras que 'Matrix' reivindica lo contrario. La verdad nos hace libres, pero nadie dijo que también vaya a traernos la felicidad. Esto no quiere decir que los mensajes apocalípticos tengan que ser mejores, pero está claro que el consumo de ingentes cantidades de narcóticos tampoco nos hace bien.
Lamentablemente, las grandilocuentes palabras del Pacto del Botánico están muy lejos de la amarga realidad. Las empresas valencianas han dejado de crear empleo desde hace más de un año, la desaceleración nos golpea y la perspectiva no es precisamente de mejora. ¿Piensan en estos problemas Puig, Oltra y Dalmau o viven en la fantasía? Confiemos en que sean más cínicos que idiotas.
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