Ruta de escape
MARCADOR DARDO ·
De dónde ha surgido ese odio que no nos transmitieron nuestros padresMIQUEL NADAL
Viernes, 19 de febrero 2021, 07:41
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MARCADOR DARDO ·
De dónde ha surgido ese odio que no nos transmitieron nuestros padresMIQUEL NADAL
Viernes, 19 de febrero 2021, 07:41
Estas cosas pasan. Durante el fin de semana conversé por teléfono con Juan Martín Queralt, y después de dar un repaso a lo existente, acabamos hablando del libro de Philippe Sands, 'Ruta de escape', en Anagrama, sobre los monstruos del pasado, el genocidio, y el discurso del odio, sobre Joseph Roth, Stephan Zweig, Imre Kertész. Y sobre la novela de Rafa Lahuerta, 'Noruega'. Como para no quererlo como presidente de un Valencia respetable, aunque tuviera que jugar en la Regional Preferente. Ese mundo en el que sucede la realidad de cada día, de la gente prudente y sensata, sin extremos, alérgica al odio, y preocupada por vivir y compadecer es más amplio, rico y generoso que lo que algunos quieren proyectar. La inmensa mayoría de nosotros nos reconciliaríamos en la bondad de nuestros padres, en la esperanza por nuestros hijos, y si no fuera por el silencio que adquiere protagonismo cuando nos alejamos de la imagen distorsionada de las redes sociales, darían ganas de dimitir como ciudadano, tener treinta años menos y marcharse a un país civilizado, felizmente aburrido. Pero los monstruos no están únicamente en la literatura centroeuropea. El universo simbólico que nos proyectan parece consagrar una visión sesgada: la obscena, odiosa y niñata mención al «judío» en el acto de homenaje a la División Azul en el Cementerio de la Almudena, o la condena a Pablo Hasél como ejemplo de una anomalía institucional. La mención al judío escandaliza, por antifascista, en una izquierda trufada de tics antisemitas y profundo odio a Israel. Pero no escandaliza el odio que pueda proyectar no la injuria a esta o aquella institución, sino el «tiro en la nuca al pepero». Uno se pregunta de dónde ha surgido ese odio que no nos transmitieron nuestros padres. De dónde nace esa falsa dialéctica sin matices, bicolor. Habría mucho que escribir sobre la diferencia entre la opinión y la expresión, y desbrozar en qué consiste exactamente el delito de odio. Valga decir que no soy muy de condenas, y menos penales. Mi fallo en una sentencia sería literario, divulgando el contenido de sus letras, por su radical vulgaridad, su ausencia de metáforas, su irrelevancia estilística. La condena lo convierte en víctima innecesaria. El martes por la noche fue una magnífica ocasión para leer a Joan Margarit, o detenerse de nuevo en algún verso cálido y luminoso de Francisco Brines, pero decidí ver la película 'Mi vida con Amanda', en la que triunfa la sencillez y vence el amor después de un atentado, cuando se decide cerrar la persiana del odio. Ese mismo día, mi único dolor fue conocer la muerte de un gran servidor público, honesto y entregado, con quien fui feliz trabajando, compartiendo conocimiento, y que me ayudó a crecer, muy lejano en la ideología pero cercano en la bondad y amigo, José Luís Orduña. Conocerle fue de lo mejor de mi currículum.
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