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Palabras sobrantes ·

Burguera .

Valencia

Lunes, 9 de diciembre 2019, 07:34

El mismo acto, el que se celebró en Madrid con motivo del Día de la Constitución, deparó dos momentos muy comentados porque, en mi opinión, la vida está sobreactuada. Imitamos los culebrones malos. Los asuntos en cuestión fueron, por un lado, que la ministra Isabel Celaá se despistó y no atendió al saludo protocolario de Pilar Llop, la nueva presidenta del Senado, y por otro, que Pablo Iglesias, Iván Espinosa de los Monteros e Inés Arrimadas se echaron unas risas. Que Celaá no viese a Llop se ha tomado tan mal como que los dirigentes de Vox, Podemos y Ciudadanos cruzasen bromas. Como la ministra adopta siempre un talante tan estricto, al personal le ha dado por ponerla a caer de un burro por considerar que pasó olímpicamente de Llop. Como los partidos emplean discursos de simplificación tan violentos para contentar a los más forofos, que Inés, Iván y Pablo hablen tranquilamente se considera una traición a sus votantes y a sus palabras. Probablemente, Celaá debería relajarse un poco en sus comparecencias, y así evitaría que hubiera tantas ganas de retratarla como a una bruja. Seguramente, si los partidos políticos no pintasen a sus rivales como a enemigos del país, sus dirigentes podrían dirigirse la palabra y hasta bromear entre ellos, con mayor o menor gracia, sin que a nadie le diese un patatús. A la espera de que unas y otros aprendan a relajar sus actitudes y discursos, voy a confesar unas cuantas cosas de mi rutina. A pesar de que no seré de los cronistas que le tratan con más amabilidad, el presidente Ximo Puig me saluda siempre, tengo una relación amistosa con Mónica Oltra aunque sus seguidores más fanáticos me señalan en los actos de su partido, bromeo sin problema con los asesores de Marzà y he visto a Isabel Bonig charlar amigablemente con asesores del Botánico. Afortunadamente. Y que así siga. A pesar de los discursos y noticias polarizadas, a todos nos conviene que los responsables de la cosa pública tengan capacidad de ver en sus rivales a personas. Si hicieran lo mismo con los números del paro, del fracaso escolar o de las listas de espera, a todos nos iría mejor, si bien es posible que ellos no pudieran pegar ojo, porque son asuntos de extremada complejidad y de aún más difícil resolución, y es probable que por ello prefieran observarlos como datos estadísticos. Sin embargo, no lo duden: a todos nos beneficia que hablen, se saluden y hasta se rían de vez en cuando entre ellos. Que la política se parezca a los vecindarios es lo mejor que nos podría ocurrir a los vecinos.

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