La cultura yanqui (según tenemos visto en series y películas) recurre a contar una historieta, una anécdota personal a modo de fábula, cada vez que el guión obliga a una respuesta compleja. Así que para explicarle a Ximo Puig su decepción con su compañero y presidente Pedro Sánchez nos conviene echar mano del humor y de un vídeo de la Sexta de Ferreras que estos días navega por los chats. No se lo pierdan. Son grabaciones mitineras del líder socialista de hace un tiempo en las que se repite contando una experiencia extrasensorial. No es que Pedro Sánchez oiga voces, es más gordo. Primero en Alicante, donde relata que ha conocido a Juana, Juana sí, que hace de limpiadora en un colegio concertado. Después Sánchez va a Canarias y vuelve a conocer a Juana, sólo que ahora limpia en un hotel, pero es Juana, eso seguro. Luego las apariciones cambian de protagonista y surge Valeria, Valeria sí, que es trabajadora en un comercio de Extremadura, pero también de Barcelona, Santiago, Durango y Ponferrada. Pedro Sánchez percibe las revelaciones de Valeria como un verdadero místico allí por donde pasa. Con la intensidad de las epifanías marianas, como un elegido que ni siquiera precisa estar en Lourdes o Fátima, porque Sánchez puede ver a Juana o a Valeria en cualquier sitio justo antes de soltar un mitin. Las imágenes le persiguen. E interactúa con ellas lo mismo que aquel tosco Don Camilo de Guareschi lo hacía con su Cristo hablador, en una conversación mundana de tú a tú.
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Y lo mismo que le ha pasado con Juana, ¿o era Valeria?, le ha ocurrido con la financiación autonómica. Venía Sánchez a Valencia y nos prometía que eso lo arreglaba él, en cuanto llegara a la Moncloa. Pero iba a Canarias y les prometía lo mismo. Y también en Extremadura, y en Cataluña, y en Baleares, y en Castilla y León. Y seguro que en otras plazas donde no alcanza la lupa de la hemeroteca. Según conocemos ahora, al menos a seis autonomías juró Sánchez solventarles la infrafinanciación en cuanto tomara los mandos y a las seis les acaba de informar de que no puede ser, que no da tiempo, que esperemos y a la siguiente legislatura lo soluciona. Aunque sus compromisos con Valencia (primar el criterio de la población) sean antagónicos con los de Castilla y León (priorizar la dispersión y el envejecimiento demográfico), ¡pero acaso deberíamos fijarnos en detalles y menudencias cuando Pedro Sánchez ha hecho una promesa!
Sánchez ha conseguido la presidencia a fuerza de empeñar hasta sus ensoñaciones (como aquel torerillo sevillano que metió su cama de matrimonio en el monte de piedad para pagarse un billete de tren a la gloria). Pegando sablazos a la confianza en tiendas, tabernas y hogares del jubilado; para todos tenía algo que ofrecer. Y ahora claro no puede responder a tanta deuda y se nos presenta como mal pagador. Han pasado tres semanas y ya ha comunicado a sus acreedores ideológicos que no puede hacer frente a los compromisos. No es sólo la financiación autonómica. El famoso FLA, que era «un chantaje» del señor Montoro, seguirá vigente. La reforma laboral no será derogada. La ley mordaza, ya lo verán, se mantendrá en lo sustancial. Y las pensiones, ay las pensiones, acabarán como las dejó Rajoy y su pacto con el PNV.
Tres pueden ser las razones por las que Sánchez rehuye abordar la reforma del sistema de financiación autonómica; a) porque no tiene suficiente dinero, b) porque no puede efectuarse sin Cataluña y c) porque quiere castigar a los barones de su partido y dejarlos sin su discurso principal. El líder del PSOE ha formado su gobierno ignorando a su oposición interna, los dirigentes regionales (el ministro Ábalos es el principal adversario de Puig y la ministra Montón, una rebelde con agenda propia) y de paso les ha nombrado delegados del gobierno hostiles, para tenerlos vigilados y bajo control. Para hacer de oídos del sanchismo en las provincias.
Motivos varios aparte, olvidarse de la financiación a la primera de cambio, aparte de una afrenta a Puig, supone un escandaloso fraude al electorado. Después de años de asegurar que la discriminación se debía a la perversión y falta de voluntad de Rajoy y su gobierno. Particularmente desairado queda el bueno de Vicent Soler, desaparecido estos días, el mismo conseller que instruía a los alumnos quinceañeros sobre la manía de la derecha centralista contra los valencianos. Recuerden sus palabras a los chiquillos del instituto de Silla: «salid y contadlo a la familia y a los amigos... me acuerdo de la familia del señor Montoro cada vez que leo el periódico». El reclamo de la financiación por supuesto no va a desaparecer del argumentario del PSPV, porque sería regalarle ese arma a Mónica Oltra, pero va a perder mucho ardor, a fuerza de marchitarse su credibilidad. Tampoco es previsible que los agentes sociales le den al gobierno de Sánchez una contestación equivalente a la que le otorgaron a Rajoy en forma de airada manifestación ciudadana. Por decirlo en fino, a ninguno de ellos se le notan las prisas. Los sindicatos, por descontado. Pero la impostura resulta especialmente delicada en la neopatronal de la CEV de Salvador Navarro, a puntito ya de parecerse a sus antecesoras como subordinado corderito de la Generalitat de turno, desde los tiempos de Zaplana 'el de las mercedes'. Como la percha de la financiación ya no sirve, seguro que el equipo de Puig encuentra algún otro asunto que sirva de paraguas reivindicativo para ese «frente común» valenciano contra las agresiones de la derecha política. Y los mismos sindicatos y patronales que le sirvieron en bandeja al President una manifestación contra el PP por la infrafinanciación, le pueden preparar ahora otra cosa con lo que esté por venir, que para algo cuentan con que Puig seguirá cinco años más en el cargo.
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Y como el PSOE debe aparcar las palancas de sus tiempos de oposición, le toca activar otras nuevas para mantener la iniciativa gubernamental. Los fuegos de artificio. La sanidad universal que es más un reclamo que una realidad, la recurrente manipulación de RTVE, la personación en el caso de la Manada como si la fiscalía no existiera, la inmigración y los otros buenismos zapateriles. El barco del Aquarius le ha permitido a Sánchez realzar su proyección europea, hasta ahora inexistente, bordeando la manipulación partidista gracias a una potencial catástrofe humanitaria. El partido socialista debiera tener cuidado porque la inmigración es lo que está matando a la socialdemocracia europea. La ultraderecha no crece porque la derecha democrática se radicalice, sino por las bolsas de votantes de los partidos socialistas. Porque son las familias trabajadoras las que sufren los estragos de la inmigración. Los efectos se ven en los barrios más humildes, donde se disputan los empleos más básicos, las ayudas asistenciales y unos servicios sanitarios y educacionales en precario por el desmesurado aumento de la demanda. Mientras las capas más acomodadas pueden darse el lujo del sentimentalismo a coste cero, con unos políticos incapaces de abordar el problema de fondo, las clases populares corren con el gasto de la política migratoria y acaban echándose en brazos de la ultraderecha. ¿Pero esto acaso importa?
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