
Hoy era el santo de mi Otramá
Una pica en Flandes ·
Los de Bruselas volvemos a casa cada año por Navidad como si la infancia que nos perdió estuviera esperándonosESTEBAN GONZÁLEZ PONS
Lunes, 23 de diciembre 2019, 08:07
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Una pica en Flandes ·
Los de Bruselas volvemos a casa cada año por Navidad como si la infancia que nos perdió estuviera esperándonosESTEBAN GONZÁLEZ PONS
Lunes, 23 de diciembre 2019, 08:07
Bruselas se evacúa en Navidad. Como nadie en la ciudad es de aquí, cuando llegan estas fechas cada cual se marcha a su particular allí, todos volvemos a casa. En el aeropuerto de Zaventem, aquellos que de ordinario embarcan sin maleta y con prisa ayer caminaban despacio, empujando carritos llenos de bultos para facturar y con un par de críos dando saltitos a su alrededor o con una caja de plástico con su perrito dentro. Los ejecutivos, lobistas, funcionarios, mandarines, políticos, asistentes, diplomáticos, corresponsales, manifestantes y demás contorsionistas que diariamente mantenemos vivo el espectáculo burocrático de la Unión Europea regresábamos a nuestros hogares. Se trata de un vaciamiento más que de unas vacaciones, distinto al del verano: en agosto se busca disfrutar de un presente más relajado, en Navidad, sin embargo, volamos a un pasado mejor.
La Navidad consiste en un viaje a la infancia de cada uno, en una trampilla por la que dejarse caer en busca del espejismo dorado de la propia niñez. Aunque normalmente no se encuentra. O, mejor dicho, se encuentran sus restos, tan deteriorados que no transmiten ninguna felicidad. Tal vez porque dejamos de ser niños y muchas de las personas que formaban parte de la fiesta se han ido para siempre. Subsisten los viejos salones, los escenarios, algunos parientes mayores y la comida, langostinos y trufado, pero aquel frío, aquellos verduguitos, aquella ilusión, aquella plenitud, aquella protección, aquella posverdad de los Reyes Magos, no; todo eso ya no está ahí por más que busques y rebusques en el saco de la memoria. Aun así, los de Bruselas cada año volvemos a casa por Navidad como si la infancia que nos perdió estuviera esperándonos para abrazarnos y compartir con nosotros diez días. Diez, sólo diez, porque después del 6 de enero tendremos papeleo pendiente.
Hoy es santa Victoria, el santo de mi madre, mi hermana y mi sobrina. También era el de mi abuela, la Otramá. Por su santo ella nos reunía a todos para que la Navidad empezase, nos unía a todos, debería decir, y durante años, por ella, seguimos uniéndonos todos. En aquella época la lotería del 22 de diciembre se comprobaba en el periódico del 23 de diciembre. Si cierro los ojos todavía puedo verla disponiendo los sitios, sentando a los menores en otra habitación, riendo, dejándose alabar sus recetas, alargando la sobremesa. Conservo el olor, los sabores, su buen humor, la certeza de sentirme querido e integrado..., aunque nada más. Me gustaría que mi Otramá estuviese para que mandara la Navidad de regreso a mi casa.
Bruselas es la capital mundial del realismo, por eso se queda sola en Navidad. Estos días, en el aeropuerto de Zaventem, hay más niños que en el circo, niños huyendo de sus cuerpos y costumbres de adulto. Y yo también. La Navidad será una utopía, pero está en el aire y se respira.
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