Directo Última mascletà de las Fallas 2025: lluvia de pólvora de Caballer FX para cerrar el ciclo

No quiero decir con esta columna que me disguste Halloween. Soy el primero que estos días me disfrazo en el pueblo. Pero no por la ... festividad anglosajona en sí (de española tiene lo mismo que las salchichas frankfurt o el Black Friday). Y lo del pueblo es una obra de arte: con todas las luces de las calles apagadas, con zombies, vampiros y fantasmas rondando en cada esquina y con porches, casas y corrales convertidos en terroríficas escenas ambientadas para una especie de rally de pruebas a las que se apunta todo el pueblo. Para mí eso no es tanto Halloween como hacer pueblo, hacer comunidad. Y por eso me gusta.

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No llego yo al extremo de lo que me soltó esta semana un amigo, que me dejó entre patidifuso y desternillado: «Me he descargado el Don Juan Tenorio de Paco Rabal y Conchita Velasco para verlo en Todos los Santos con las niñas. Antes se veía a Don Juan y a Doña Inés, la familia iba a misa, al cementerio y comían juntos con un postre muy rico que son los buñuelos de Todos los Santos. Ahora la peña se viste de mamarracho y rinde culto a la muerte y a lo feo en una tradición sajona de origen vikingo, supersticiosa y pagana. Todo va siempre a peor». No llego yo a ese extremo. No veo mamarrachos en quienes nos disfrazamos para Halloween. Y aunque soy cristiano, la verdad es que no practicante. Pero sí coincido en dos cosas con las palabras de mi desatado amigo. Me gustaba más cuando antes preguntaban, «¿vienes al pueblo por los Santos?». Me sonaba mejor que cuando ahora preguntan si voy a Halloween. Y también estoy de acuerdo en otra cosa: nos quedamos con costumbres de fuera que lo que hacen es sepultar las nuestras, en vez de traernos cosas que nos hagan mejores.

Los Santos de ayer quizás me gustaban porque me recuerdan la inocencia de los tiempos pasados. Como me dijo una amiga, sé que corro el riesgo de sonar «a viejo» con esta columna, pero es que es así. Me gustaban los Santos de antes seguramente (y sobre todo) porque estaban mis abuelos. Porque ir al pueblo significaba rondar el monte con Demetrio para llenar de rebollones que sólo él encontraba una cesta de mimbre. Abuelo, ni un puñetero hongo encuentro ahora. Aquellos Todos los Santos eran las primeras fechas en las que la casa se llenaba del aroma a castañas asadas, las que tostaba en la tapa de la estufa de leña de Marciana y Florentino. Eran las primeras noches en las que la abuela Felicitas subía por las escaleras al segundo piso de la casa, casi ciega ya, para sonreír mientras arrebujaba a los pies de mi cama la bolsa de goma llena de agua caliente. Al meterte comprobabas con una risa de ternura que casi estaba hirviendo. Y no me gustan los cementerios, pero aquellos eran días de ver cómo los abuelos se emocionaban enseñándonos, un año más, las tumbas de mis bisabuelos. Ahora todo son zombies y vampiros. Están bien, sí, pero mucho nos hemos dejado por el camino.

Y venga a traernos costumbres como Halloween pero nada virtudes de otros países que seguro que nos harían mejores. ¿Por qué no importamos algo de la puntualidad británica? Aunque no soy yo el más indicado para predicar con el ejemplo... ¿Por qué no imitamos a países como Estados Unidos, que priman el éxito, el esfuerzo e idolatran a los que destacan? No, aquí preferimos quedarnos con la envidia y la lapidación del que es bueno. Que viva la mediocridad. Que nuestros escolares no se traumaticen con ceros y competencia para mejorar. Nada. Susto o muerte.

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