Urgente Un cortocircuito en el techo de la cocina se apunta como causa del incendio en el bingo de Valencia

Los alumnos de la prestigiosa Brompton Academy de Londres corren por los pasillos hasta desembocar en el patio de la institución. El estrafalario profesor jubilado Rupert T. Waxflatter agita los brazos desde lo alto de una cornisa para llamar la atención de su sobrina Elisabeth, que pasea junto al joven Sherlock Holmes y su inexperto compañero John Watson. «¡He resuelto todos los problemas!», vocea pletórico, mientras corre para ponerse a los mandos de su gran invento: un ingenio volador accionado a pedales que quiere rendir los cielos para la humanidad en 1870.

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La aeronave se lanza por una pista de propulsión, mientras los estudiantes escapan de la trayectoria del aparato. Las fuerzas de la física parecen plegarse a sus deseos y el vuelo resulta inesperadamente un éxito... por unos cuantos metros. Con un gran estruendo, el profesor y su invento terminan estrellándose contra un enorme árbol.

Dotado de un extremo optimismo, Rupert T. Waxflatter vuelve hacia sus habitaciones con uno de los trozos en las manos al tiempo que explica a Holmes qué ha podido fallar en su genial proyecto. «Sólo hay que corregir algunos pequeños detalles», comenta este personaje que será clave (a su pesar) para que la famosa pareja encuentre su primera investigación criminal: 'El secreto de la pirámide' (Young Sherlock Holmes, 1985).

La película, una de las más brillantes y que mejor han envejecido de la espectacular cosecha de aventuras juveniles de los años 80, es un buen lugar al que volver un lluvioso domingo primaveral, especialmente si se tiene niños que entretener sin que salgan damnificadas las figuritas de la vitrina o los vidrios de la lámpara.

La combinación de ambiciosos objetivos, desastrosos resultados e invulnerabilidad al desaliento puede ser una virtud a la hora de perseguir fines individuales, pero exige un sobreesfuerzo a los afectados por esos planes cuando los experimentos fallidos afectan a un colectivo que tiene que afrontarlos como quien navega en la tormenta.

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El equipo negociador formado por las fuerzas políticas que quieren reeditar el pacto del Botánico está en pleno sudoku y cada decisión cuenta. Por eso, aunque determinados perfiles puedan parecerles entrañables, hay que tomar nota de los errores cometidos y que, fruto de la bisoñez, se terminaron pagando caro.

Distintos empresarios confían en que esta sensación cale con la vista puesta en la Conselleria de Economía, hasta ahora en manos de Rafael Climent, y cuya gestión puede haber costado millones de euros al ahuyentar relevantes inversiones por un dogmatismo que tampoco ha venido acompañado de ninguna recompensa para el futuro de la Comunitat. Ahora tienen una segunda oportunidad para no jugar con las cosas de comer y será mejor que la aprovechen.

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