Borrar
Urgente El precio de la bombona de butano para esta semana tras el último cambio de tarifa
SR. GARCÍA
El segundo apagón de Canal 9

El segundo apagón de Canal 9

Sala de máquinas ·

Lunes, 10 de febrero 2020, 08:15

En noviembre de 2013 se produjo la caída del Canal Nou del PP, con ruido, descrédito, resignación y sin otra resistencia que la de los trabajadores que perdían su puesto de trabajo. En febrero de 2020 se va a dar la caída del Canal Nou de Compromís, de À Punt, que nació para ser la tele del Botànic, pronto se vio que sería Telecompromís y finalmente no fue más que la tele de Fran Ferri y de los otros jovenzuelos del Bloc, o sea la tele de un grupúsculo dentro de un partido que pertenece a una coalición que a su vez es una de las tres patas del gobierno de izquierdas del Consell. La parte de una parte de otra parte mayor de un tripartito, una tele marciana para públicos minoritarios y por tanto irrelevantes en términos de comunicación de masas. Canal Nou quizá desapareció siendo odiada por uno de los espectros de la sociedad valenciana, pero lo de À Punt es peor, sencillamente resulta indiferente para la mayoría de la opinión pública; ni se identifican, ni va con ellos, ni se molestan siquiera en sintonizarlo. Telecompromís ha muerto 'de unanimidad' (valga la humorada) y con el silencio sepulcral que rodea a los difuntos. Ni nos hemos enterado.

Toca ahora el turno al Canal Nou del PSPV y la cuestión es si habrán aprendido la lección o no. Los socialistas vuelven a controlar la criatura que ellos mismos bautizaron a mediados de los ochenta. Toca un volantazo radical en el curso del ente público. Volver a hacer una televisión generalista, clásica, conforme a los principios que siguen rigiendo el marco audiovisual, de entretenimiento, coherente con los públicos reales y con los distintos nichos sociológicos que consumen espacios televisivos. À Punt ha sido como ver a Compromís soltarse el pelo, desatarse, comportarse como piensa y se sienten los nacionalistas cuando no precisan disimular ni contenerse, y nos ha permitido comprobar lo alejado que está Compromís de la mayoría social y lo mermado que queda el mundo sociopolítico que representa. Pequeño, pequeño.

Los socialistas vuelven a controlar la criatura que ellos mismos bautizaron a mediados de los 80. Toca un volantazo radical

Alfred Costa, histórico profesional de la casa y exconcejal del PSPV en Torrent, tomará el mando si Les Corts ratifica la decisión del consejo rector. Lo tiene difícil, última oportunidad. En dos años ya podremos saber si la tarea de Costa habrá sido la del cirujano que salva al paciente en la mesa de operaciones o si ya es tarde, si no tiene otra que ejercer de mero forense, impartir la extremaunción. Bueno sería para todos que sanara al enfermo. Una comunidad histórica con lengua propia bien merece una televisión pública como vehículo de vertebración territorial y cohesión social. El problema siempre es el modelo perverso y las intenciones partidistas del gobernante. Aragón, Canarias, Castilla y León o Murcia tienen televisiones modestas y bien llevadas que cumplen sus objetivos con dignidad y no suponen un lastre en el bolsillo de los contribuyentes. Aquí no. Aquí se ha replicado de nuevo el planteamiento obsoleto de hace treinta años, siguiendo el modelo fracasado de la vieja RTVE, nacida hace siete décadas. El batacazo era inevitable. Perdón por la autocita, pero en abril de 2018 ya dijimos en esta misma sección: «con esos mimbres, el fracaso de audiencia está garantizado de antemano, eso sí, habremos tirado un montón de dinero por la alcantarilla que buena falta nos hace para tantas cosas». Con el dinero que cuesta À Punt se financian, digamos, 18.000 plazas concertadas en la educación pública.

No hacía falta ser un visionario. Era sencillo observar que À Punt estaba copiando los vicios de Canal 9 e implementando otros nuevos. Gigantismo laboral, con más de cuatrocientos trabajadores en plantilla y otros tantos en las productoras asociadas. Clientelismo y amaños en los sistemas de contratación, incluyendo unas oposiciones que convertiría al personal en funcionarios, primando a los extrabajadores de Canal Nou y violando la libertad de oportunidades. Nombramiento a dedo de los directivos que sin embargo se hacía pasar como fruto de un falso concurso de méritos. Cultura burocrática. Fracaso de audiencias, incluyendo la humillación de tener que recurrir a la enésima reposición de L'Alqueria Blanca, de recuerdo pepero. Hundimiento publicitario al no cumplirse ni el 20% de los objetivos. Caos presupuestario, incurriendo en déficit, desequilibrio patrimonial y causa de disolución. Ausencia de pulso informativo, incapaz de marcar la agenda pese a sus voluminosos recursos. Desconexión con los públicos y con la sociedad, por sectarismo ideológico, por insensibilidad, por desconocimiento; en Alicante ni sabían de la existencia del canal y en Castellón aquellos que podían interesarse, prefirieron mirar TV3, mejor el original que la copia.

Y escasa profesionalidad, una clave importante. La trayectoria de la todavía directora, Empar Marco, se reduce a haber sido corresponsal de TV3, la cadena independentista. Marco nunca había manejado equipos, jamás había tomado decisiones editoriales, ni dirigido un medio de comunicación grande o pequeño. Marco, mucho menos, sabía nada de finanzas, marketing, derecho mercantil, recursos humanos, comercialización, tecnología o digitalización; su experiencia en gestión empresarial era nula. Empar Marco era una reportera, que no se privó de ensalzar y hacer propaganda de Ribó y Oltra, hasta el punto de avergonzarse y borrar los tuits para eliminar cualquier rastro de dependencia profesional. A su segunda al mando, Esperança Camps, la echaron de consellera los independentistas baleares por demasiado radical y ya en À Punt se confesó «emocionada» con el discurso en el que Puigdemont convocó el referéndum ilegal del 1-O.

Pero Marco no asaltó la corporación por la fuerza. Fue elegida por el órgano pertinente. Fue la consecuencia de un modelo aberrante, empezando por la ley y acabando con el contrato programa. El papel de los portavoces parlamentarios de la izquierda para crear esta norma resultó nefasto, en especial el exsindic de Podemos, Antonio Montiel, concediendo unos derechos extremos a los trabajadores despedidos e indemnizados, provocando un evidente conflicto de intereses puesto que antes los había tenido como clientes en su despacho. El presidente del consejo rector, Enrique Soriano (también ahora de salida) no supo hacerse con el cargo y la situación se le escapó de las manos, quedándose pinzado entre el equipo directivo encabezado por Marco y los gritos del exconsejero Xambó, hombre fuerte de la cadena durante unos meses. Ximo Puig se desentendió a las primeras de cambio, adivinando el descalabro. En definitiva nadie que supiera cómo se hace hoy una televisión moderna participó en el parto de À Punt, nadie es nadie. ¿Qué podía salir mal?

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

lasprovincias El segundo apagón de Canal 9