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Segurola y Habana; Alcaraz y la Fonteta
PISTA DE SILLA ·
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PISTA DE SILLA ·
Los fans del ídolo murciano acabarán clonando la devoción de los incondicionales de Maradona: se anuncia peregrinaciónDecía el baloncestista Joe Arlauckas que todo eso de la técnica, la táctica y la estrategia en el deporte está muy bien pero que luego ... hay que meter la pelota en la canasta y... Ay, amigo: eso no es tan sencillo. La puntería, la puntería: ah, la puntería. Que la bola caiga donde tiene que caer y no en cualquier otro sitio resulta clave: la diferencia entre ganar y perder, nada menos. Lo sabemos desde Napoleón: a sus generales sólo les pedía que tuvieran suerte. Y Woody Allen nos los recordó a cámara lenta en aquella secuencia de 'Match Point', la célebre imagen de la caprichosa cinta de la red inclinándose según sople el viento como símbolo del futuro que nos aguarda si desatendemos la reflexión que el novelista Richard Ford nos regaló en 'El periodista deportivo': «Vemos el deporte como metáfora de la vida, como si la vida necesitara metáforas». La metáfora es la vida.
Esa novela se publicó en 1990. Faltaban trece años para que naciera Carlos Alcaraz, que emplea su juventud como una ventaja cuando en realidad esconde una debilidad. Tal vez no haya leído a Ford, y eso que se pierde, ni vería envuelta entre el humo de su lánguido cigarrillo a Scarlett Johansson en aquella cinta de Allen, datada dos años después de que viniera al mundo en Murcia. Su mérito es el propio del practicante del judo: aprovecha la fuerza de su rival para dotarse de un suplemento adicional de energía que explica lo inexplicable. El rasgo distintivo del genio, que anida en el ADN de ciertos elegidos sin que ellos mismos sean a menudo conscientes de su fortuna. No parece el caso del joven Alcaraz, a quien puede atribuirse la anécdota de George W. Bush: cuando alguien le dijo un día eso de 'Dios te bendiga', casi se indigna. «No hace falta», repuso. «Yo nací bendecido».
Pero volvamos a Allen. En 'El escorpión de jade', incluye esta línea de diálogo. Magistral.
- ¿Cómo se llama a esa gente que piensa que todo el mundo conspira contra ella?
- ¿Suspicaz?
- Eso. Perspicaz.
Perspicaz, en efecto. El don de la perspicacia se aloja en los genes de Alcaraz, a quien su insolente condición de 'teenager' evita los sofocos propios de quienes peinan más canas en el circuito y ejercen de lo contrario: de suspicaces. Gente huraña, malhumorada, que congenia mal consigo misma, incapaz de desplegar la sonrisa triunfante que distingue a nuestro héroe. Alcaraz habita allí donde reina el talento natural, bien adiestrado por una cultura del esfuerzo instalada en el tenis español desde que las pistas repartidas por nuestro mapa operan como factorías que pulen los diamantes alumbrados mediante generación espontánea. Las joyas que precisan de una mano amiga que les guíe por los misterios del deporte. Y de la vida. Alcaraz ya reside a sus 19 añitos en el territorio de las leyendas. En la esquina entre Segurola y Habana donde se situaban cada día los incondicionales de Diego Armando ignorantes de que su gracia jamás sería contagiosa. Hay que quererlos, como a los fans de Alcaraz, que se reconocerán en sus hermanos de Buenos Aires: se disponen a peregrinar a la Fonteta con el mismo iluso propósito, por si derrama sobre ellos alguna gota de genialidad. Porque ya saben que, además de perspicaz, es también afortunado y que nació bendecido. Que tiene puntería como pedía Arlauckas y que llama a las puertas del Olimpo sin necesidad de haber leído a Richard Ford ni de acusar recibo de aquel aviso que (de nuevo) nos endosó Woody Allen: «Si no te equivocas de vez en cuando, es que no lo intentas». El error le hace humano. El error le hará grande.
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