LAS SEIS VUELTAS A LA TIERRA DE BRAGADO
La cantina ·
El legendario marchador y yo somos del mismo año, pero él busca sus octavos Juegos y a mí me duele todoSecciones
Servicios
Destacamos
La cantina ·
El legendario marchador y yo somos del mismo año, pero él busca sus octavos Juegos y a mí me duele todoCuando corro de más, que cada vez es menos a menudo, al día siguiente, al levantarme, apenas puedo apoyar un pie. Los tres días que voy a sentirme como un mono en la sala de Paleo Training, trepando por los troncos y levantando piedras, intento intercalar un día de descanso porque si empalmo los tres seguidos acabo enganchándome de la espalda. Hace un mes y medio, trotando por el río, me vine arriba, apreté el paso y sentí un castañazo tremendo en el aductor. El gran osteópata Pablo Escribá, que fue un destacado corredor de 400 metros, me dijo que a partir de una edad determinada hay lesiones que el cuerpo ya no puede curar sin ayuda y que necesitaba hacer 'slides', unos ejercicios isométricos para fortalecer la musculatura y poder volver a correr. Pero me soltó aquello de la edad como quien explica que tiene al niño acatarrado, sin tener ni idea de que yo iba a quedarme semanas rumiándolo.
Llevo una vida saludable, pero también me gusta darme mis alegrías y, cuando esas alegrías se multiplican, las camisetas encogen. Un misterio. Y, por acabar pronto, cuando tengo que pegar un frenazo en seco porque, al intentar cruzar la calle, irrumpe un coche o porque, al girar una esquina, estoy a punto de darme con alguien, tenso el tendón a la altura de la cara interna de la rodilla y veo las estrellas. Todo, esta colección de achaques y dolencias, se resume en una cifra: 48. Tengo 48 años y, a esa edad, uno tiene más teclas que un piano. Pero la verdad es que escondo cierto orgullo por seguir activo, por defender un mínimo espíritu competitivo cada día más tenue y por seguir teniendo el objetivo vital de poder correr de los 60 a los 70.
Suelto esta catarata de dolencias para resaltar el contraste de que haya un tipo como yo, del 69, de 48 años, que sigue acudiendo regularmente a los campeonatos de Europa y del mundo de atletismo y que, dentro de dos veranos, en 2020, aspira a disputar sus octavos Juegos Olímpicos. Y lo hará, como casi siempre, en los 50 kilómetros marcha.
Coincidí con Chuso García Bragado hace dos semanas. Estuvo en los Campeonatos de España, en Getafe, y cuando acabó su prueba, me bajé a charlar con él. Aparte de la aureola de leyenda que ya siempre le perseguirá por ser un hombre que ha roto todos los esquemas, por seguir siendo competitivo al borde de los 50 años, es una persona con una conversación estimulante. Siempre dice cosas interesantes y, además, te gira cada asunto y te hace mirarlo desde un punto de vista que no imaginabas.
En Getafe, donde compitió, entre otros, con un chico de Burjassot, Jorge López, de solo 15 años, explicó que había bajado de Font Romeu, destino de decenas de atletas que buscan los beneficios de la altitud en los Pirineos, tres días antes. Me sorprendió. Yo no recordaba que alguna vez me hubiera comentado que fuera a Font Romeu. Entonces me dijo que no me sonaba porque hacía 26 años, desde Barcelona 92, que no iba por allí.
Ese dato me demostró que aún conserva ese afán por mejorar, por superarse, que no es un dinosaurio al que guste exhibirse por todo el mundo. Chuso no aspira a ser una rareza, la mujer barbuda de los campeonatos de atletismo. Sigue hablando, como dice desde que lo conozco, de hacer los 50 kilómetros en tres horas y 45 minutos. Es su objetivo, ambicioso, para este martes en Berlín, donde empiezan unos Europeos muy apetitosos para la renacida España. Chuso quiere ser finalista y seguro que, en silencio, sin airearlo, hace sus cábalas de qué carrera sería ideal para él.
Ya no puede meter la carga de kilómetros de cuando tenía 20 años. Ahora tiene que hacer otras cosas, como nadar todas las tardes para que la espalda, como a mí cuando cargo un saco demasiado pesado, no proteste.
Mientras dialogábamos, yo, un obseso de los detalles, iba haciéndole la radiografía de arriba abajo. Me llamó la atención que en el empeine de las dos zapatillas tenía sendos agujeros. Luego, meditabundo, le pregunté a un entrenador si eso sería casual, y me dijo, tajante, que no, que seguro que tenía una explicación.
No lo sé. Él le da vueltas a todo. Como el día que, hablando con Tommy Robredo, el tenista catalán, se propusieron averiguar quién había hecho más kilómetros: si él marchando o el tenista viajando. Y así llegó a la conclusión de que, en su vida, siendo poco generoso, había marchado más de 250.000 kilómetros. Como si hubiera dado más de seis vueltas a la Tierra caminando.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.