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El caos no es un foso, es una escalera. Cuesta poco imaginar a Petyr Baelish susurrando al oído de Pablo Iglesias la cita que condensa la esencia de su filosofía. No encontrará el líder de Podemos mejor jefe de campaña que el sagaz arribista de su idolatrada 'Juego de Tronos'. Un pequeño chasco para quien a buen seguro soñó con volar junto a Daenerys y arrasar las estructuras del poder al mando de sus exaltados dothrakis del 15-M, pero es lo que hay. La madre de dragones le viene demasiado grande a nuestro padre primerizo. Su verdadera baza es Meñique, ese frío estratega sabedor de que de la permanente convulsión siempre podrán sacar tajada quienes nada tienen que perder. Y si para eso hay que conjugar la compasión por los aztecas de ayer con la displicencia hacia los venezolanos de hoy y mañana, pues se hace. Lo importante es agitar la maraca porque llegó su momento; la hora de los señores del caos, el ejército de Meñique. Mucho se ha escrito sobre el fenómeno de Podemos, la extrema izquierda surgida de las brasas de la indignación, pero el análisis valdría igual para Vox. Qué más dan Iglesias o Santiago (¡y cierra España!) Abascal. Lo importante hace cuatro años era demoler los pilares del Estado y continúa siéndolo ahora, no importa de qué flanco (con ele) venga el croché. Con los partidos tradicionales desacreditados como marca, Podemos dejó entonces la hoz para alzar el martillo con la misma fruición con que ahora Vox pisotea líneas rojas. Reclamo para descontentos. Más sutil, Ciudadanos buscó la revolución desde dentro del sistema, postulándose como una réplica del PP con las manos limpias de corrupción y libres para vender su ideario sin las ataduras que genera la acción de gobierno. Jugó con maestría sus cartas en Cataluña, pero ahora ve cómo el discurso patriótico se lo ha robado Casado, cómodo en medio del caos que antes coartaba a sus siglas. Algo similar le ocurre a Podemos con el PSOE, a quien Sánchez ha adaptado a la vida en el barro. Son las cosas que tiene gobernar el caos, la dificultad para subir de dos en dos los peldaños de una escalera siempre inestable. Por eso Meñique acabó como acabó (y perdón por el espóiler).
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