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La realidad llega siempre sin pedir permiso. La bolsa de la playa conservará su olor a crema y a sal hasta el próximo verano, pero nuestra piel dejará lentamente de lucir dorada para volver a los colores de invierno. Los colores vivos darán paso en el armario a los grises y marrones, declarando el Estado de Tristeza y empañando de nostalgia las fotografías que repasaremos antes de borrarlas para dejar memoria disponible en el móvil.
Comprobar el despertador para que mañana vuelva a sonar a la hora de costumbre, repasar la agenda y confiar en que la limpieza del correo electrónico no sea una carga extra demasiado pesada al inicio de la cuesta de otoño. Asumir la castrense responsabilidad de planificar el operativo logístico que logre dejar a buen recaudo a los niños en ese desajuste cronológico que se abre de nuevo entre las vacaciones escolares y las laborales.
Los que volvieron hace semanas disfrutarán del dulce perfume de la venganza; mientras que los que se disponen a cogerlas rematarán las tareas pendientes para salir con paso firme y sin mirar a atrás. También los que ejercieron de sustitutos o los becarios de último curso sentirán el agridulce sabor de lo inevitable al dejar la empresa en la que pasaron el estío y enfrentarse a las inclemencias del viaje a lo desconocido.
Lo único bueno del septiembre de este año es que empieza en fin de semana, pero hasta de ese pequeño triunfo estamos tachando ya las últimas horas hoy domingo.
Quizás el viaje no ha sido largo, el pueblo ofreció más razones al existencialismo que a la vida bucólica y las oportunidades para el descanso terminaron naufragando en una olímpica sucesión de nuevas obligaciones. Los libros que queríamos leer quedaron a medias y seguirán aún unas semanas o meses por casas, mientras nos resistimos a reconocer el fracaso intelectual a la hora de enfrentarnos al estupendo 'best seller' cuyo lomo acariciamos desde mayo o descargamos en el libro electrónico juntos otros veinte o treinta.
Esto pasa en las mejores familias y las culturas más amantes de la precisión le ponen nombre. En el Imperio de Japón denominan al amontonamiento de libros por leer 'tsundoku', resultado de sumar los términos 'tsunde-oku' y 'dokusho', lo que significa respectivamente 'dejar para más tarde' y 'leer libros'. La Wikipedia cita al editor y coleccionista de libros estadounidense Edward Newton en su confesión de que «incluso cuando la lectura es imposible, la presencia de libros adquiridos produce tal éxtasis que anima a la compra de más libros, lo que representa un afán espiritual de lo infinito... apreciamos los libros incluso si no son leídos, su mera presencia emana confort, su fácil acceso, la tranquilidad». Aunque se puede leer... o buscar la felicidad también en septiembre.
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