Urgente Óscar Puente anuncia un AVE regional que unirá toda la Comunitat en 2027

Por mucho que se venda la gala de los Goya como la gran fiesta del cine español, esa ceremonia, sobre todas las cosas, ha de ser un espectáculo televisivo de primer orden, capaz de atraer y entretener al mayor número de espectadores. Es lógico que nominados e invitados quieran divertirse en estos actos y que aprovechen su minuto de gloria para acordarse de su familia y de los amigos de la infancia, pero tendrían que ser conscientes de que su función primordial es entretener a la audiencia. Si esta abandona por aburrimiento o desidia, mientras los ganadores enumeran una retahíla de nombres a modo de agradecimiento, será todo un fracaso.

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Porque si no se va a valorar a quien está detrás de la pantalla mejor sería que la entrega de premios se realizase a puerta cerrada, y sin retransmisión televisiva. Hay que decir que la Academia hace años que ha entendido esta cita como un show y trata de que salga lo más redonda posible, convencida de que sirve como escaparate de promoción eficaz para la industria cinematográfica.

Por ello se ha apostado por figuras acostumbradas a los formatos televisivos como Eva Hache, Buenafuente o Silvia Abril, que consiguieron dejar su huella en una labor nada sencilla. A Antonio Banderas y María Casado les ha tocado una papeleta complicada, ya que van a estar al frente de esta reunión en un año en que cada candidato se quedará en su casa (por protocolo sanitario del Covid) y en que la cartelera no ha logrado ningún taquillazo de relumbrón (el único ha sido el de Santiago Segura, pero los académicos lo han obviado una vez más). Que nadie se olvide de que el principal objetivo de mañana será convencer al público para que vuelva a las salas a ver pelis españolas.

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