Siempre fue uno de los nuestros

Un día jugué contra Antonio Calpe. Para mí fue un honor. No lo olvidaré. Fue el típico partido que enfrentaba a los periodistas que cubríamos la información del Levante contra el cuerpo técnico. Fue hace 20 años y flipé con él. Una vez más. Calpe siempre te podía sorprender con un gesto, con una mirada o con una frase. Era un tipo peculiar.

Tenía 60 años y jugaba como Dios y yo estaba enfrente de él. Se movía como si danzara con un balón imantado. El cuero era de su propiedad. Amagaba por un costado y salía por el otro, driblaba con una facilidad pasmosa y marcaba goles. Nosotros no éramos unos contrincantes superlativos, pero me asaltaba un pensamiento: «si este tío con 60 años juega así, qué sería capaz de hacer en sus buenos tiempos».

Antonio Calpe siempre fue uno de los nuestros. Yo lo recuerdo en los años noventa cuando a la conclusión de cada partido iba a la fachada del estadio para participar en las improvisadas tertulias que se hacían. Era como un consejo de sabios, pero de forofos. Nunca nos equivocábamos. Lo veía salir del Ciutat y montar en su Saab 900. Siempre me ha gustado la línea de esa marca de coches. Era elegante hasta para elegir su automóvil pensaba. A veces me acercaba y le saludaba. Siempre correspondía de forma educada y discreta.

Entonces ya sabía que pertenecía a una saga legendaria. Calpe llevaba impreso el gen granota. Unos años después me presenté en las antiguas oficinas del Levante con un montón de fotocopias como testimonio del paso del Levante FC por la Copa España Libre. A veces la osadía te hace atrevido. Quería saber todo lo que él y su hermano Ernesto conocían del trofeo. Su padre se coronó campeón. Fue a las presentaciones de mis primeros libros. La última vez que lo vi fue en el homenaje que los veteranos le tributaron. No me acerque a él. Prefiero tener el recuerdo del Calpe valiente y atrevido que conocí. Calpe siempre perdurará. Su memoria es eterna