![Simón saca la bolita y Puig baraja](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202005/17/media/cortadas/150149305-kYJC-U110202928555Y8F-1248x1000@Las%20Provincias.jpg)
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Y Simón cantó el gordo valenciano. Fase 1. Toda la Comunitat inicia la desescalada a partir de mañana, una semana después de lo previsto y tras una tormenta política pivotando sobre Ximo Puig en la que todavía no está clara la relación coste/beneficio. Madrid se queda atrás, estancada, y Ayuso hablaba ayer de «ataque político», La Razón de «boicot», Abc de «castigo» y El Mundo de «arbitrariedad». O sea, los mismos argumentos puestos en circulación siete días antes por el entorno del President mediante sus extensiones mediáticas y sociales. Claro que igual lo que resulta justificado para Madrid, fuera un despropósito en el caso de la Comunitat Valenciana. Dos situaciones distintas, nos dirán; vale, pero no han sabido explicar las diferencias. Imposible, porque este Gobierno se niega a publicar los resultados comparados entre provincias en función de criterios objetivos cuantificables. Opaca transparencia, lo mismo que ese comité de expertos anónimo o encapuchado que supuestamente le dicta al Gobierno las decisiones y que ahora sabemos inexistente, otro bulo gubernamental. No hay expertos, sino funcionarios del Ministerio de Sanidad cumpliendo sus tareas. El sanchismo apostó por un modelo radical. Un confinamiento absoluto y prolongado de toda la población. Ahora en entredicho, por el impacto en la economía y por su supuesta eficacia sanitaria. Otros países prefirieron la normalidad económica y social y el confinamiento exclusivo de la población infectada, no de las personas sanas. Para eso hubiera sido necesario multiplicar por mil el número de test y su trazabilidad, pero no fueron capaces de afrontarlo. Según esa teoría, Sánchez optó por lo fácil, por la brocha gorda, por la incertidumbre, por ceder el control a la enfermedad, por encerrarnos dentro de casa, tirar la llave y esperar que la peste quiera irse mientras el país se detiene y colapsa y las libertades civiles quedan secuestradas. Ya se conocerá el provecho de una gestión tan incierta.
Lo que sí hemos visto ya es el durísimo (aunque breve) enfrentamiento de Ximo Puig con el Gobierno, el gobierno de su partido. A cuenta del revés de hace una semana. Ha sido efímero, pero quizá letal. Un choque muy específico. Estrictamente entre el círculo ximista con las autoridades de Madrid, por tanto en clave socialista quiénes se pueden haber sentido interpelados son el PSOE federal y hasta los seguidores de Ábalos, aunque la jugada no fuera con ellos. Toni Gaspar, de perfil; Manolo Mata, de superperfil. Esa no es su guerra, sino de Puig y los de Madrid. La pregunta clave aquí es si ha sido un encontronazo casual o buscado. Uno cree que no había intención ni planificación, sino más bien calentón, orgullo herido. El President se había reunido horas antes con Vicente Boluda, Juan Roig y los demás socios de AVE y había trasladado unas expectativas bien distintas a lo que luego ocurrió, lo que le dejó en una posición desairada. Otra cuestión es que los barones socialistas, sin distinción, habrán caído en una obviedad: que hay mucha probabilidad de que la gestión del coronavirus acabe con el gobierno a medio plazo y conviene que no les arrastre en el precipicio. Así que, de perdidos al río. El problema estaría en cuánto tardará en caer el gobierno y el daño que le puede hacer a Puig entretanto y los perjuicios consecuentes para la Comunitat Valenciana en materia financiera y presupuestaria («el descontento del PSPV sólo se suscribe en el reducido entorno de Ximo, ha afrontado la crisis supeditándola a su victoria personal, siempre libra las batallas desde el yoismo, el victimismo y el Madrid nos roba»). Por la parte de las ventajas obtenidas, está claro que el jefe del Consell ha dado la impresión de que pone los intereses territoriales por encima de los partidistas hasta el punto de dejar sin discurso a Compromís y maniatada a Mónica Oltra.
Beneficios a corto plazo, incertidumbres a medio plazo, pero quién se inquieta hoy día por el medio plazo. En cualquier caso no hay vuelta atrás, Puig ha cruzado su rubicón, ha desafiado las leyes sanchistas. Roma no paga traidores, Susana Díaz cayó por menos ataques públicos. A lo mejor no les queda más remedio que transigir, o sea dejarlo pasar, pero no habrá olvido ni perdón. Ni en el trato político futuro entra ambas administraciones, ni en el congreso de la reelección de Puig como secretario general. El líder del PSPV debe suponer que se ha debilitado otro poco internamente, en el partido, a cambio de reforzarse mucho socialmente, en el exterior. En esta operación concreta, ha cambiado militancia por votos. Un efecto lógico de la estrategia perseguida durante esta crisis: convertirse en un puente, un eslabón, un facilitador, el hombre sensato, entre el gobierno socialcomunista y lo demás. Empezando por los empresarios y las patronales locales, que lo siguen exhibiendo como el político que mayor confianza les inspira. Es natural, lo mismo les pareció Zaplana, Camps o incluso Fabra mientras ocuparon el Palau. Una cosa va con la otra. Si dentro de dos años Puig fuera sustituido por Bonig o por Ábalos, recibirían igual caudal de confianza de AVE y la CEV (ojo Salvador Navarro, tan indiferenciado que le pasa lo que a sus antecesores: a veces parece otro conseller). Por lo que toca ahora, Puig ha aprovechado la crisis vírica para cortar la partida y volver a barajar; respecto a Sánchez, respecto a Oltra y Compromís, respecto a Ciudadanos en Alicante. Tiene nuevas cartas en la mano; lo difícil es jugarlas bien.
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