Urgente La Primitiva de este lunes deja tres premios de 35.758,38 euros

Siempre me flipó la gimnasia. Quizá porque es uno de los tres grandes deportes olímpicos junto al atletismo y la natación. O, quizá, porque en uno de esos espejismos de la memoria creo atisbar que mi primer recuerdo deportivo tiene que ver con la gimnasia. Una reminiscencia donde ya no quedan imágenes, si las hubo, pero sí la recreación del momento en el que, creo, pues tenía solo seis años, se comentó con alborozo en mi casa que una virtuosa, la rumana Nadia Comaneci, había logrado, en los Juegos de Montreal, algo insólito: un 10 -pusieron 1.0 porque, como nadie lo había logrado nunca, el marcador no estaba concebido para mostrar un 10- por su ejercicio en las barras asimétricas.

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Aquella actuación, interpretada como perfecta entonces por los jueces, sería hoy poco más que un ejercicio correcto. La culpa, entre otras, es de Simone Biles, una bomba de metro y medio capaz de elaborar una serie de vuelos acrobáticos tan asombrosos que se antojan más del futuro que del presente.

La gimnasia artística, que ha estado celebrando su Mundial en Stuttgart, parece despeinarse por la aceleración de los tiempos. Por las piruetas imposibles de Biles, que de audaces que eran crearon un cisma a la hora de calibrarlas: ¿había que premiar su dificultad o penar su peligro por temeraria? Y, además, porque se han presentado los jueces-robot que, quién sabe, algun día pueden convertirse en los encargados de puntuar las rutinas de los gimnastas.

Estos jueces virtuales y, de momento, solo experimentales son, en realidad, unas cajas grises rectangulares, treinta, programadas por Fujitsu y equipadas con unos sensores láser tridimensionales que rastrean los movimientos de los gimnastas. Los datos recogidos son enviados a un sistema de inteligencia artificial que mide y analiza las posiciones esqueléticas, las velocidades, los ángulos... Una ayuda para sus homólogos humanos que puede eliminar el componente subjetivo de la puntuación.

A Biles, que ya ha adelantado al futuro, no le pillarán estos jueces que escandalizan a los románticos, que no entienden qué pasará con el análisis de la parte artística de la gimnasia. La texana, de 22 años, ya ha anunciado que estos, «al 99%», han sido sus últimos Mundiales. Y el epílogo de su singladura deportiva, una carrera preñada de medallas, será dentro de diez meses en los Juegos Olímpicos de Tokio.

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La estadounidense solo tiene 22 años pero es inusual que una gimnasta complete dos olimpiadas, dos ciclos de cuatro años en los que, además, ha sido la mejor sin discusión. Biles manda en la gimnasia desde 2013. Fue campeona olímpica en 2016, en Río, y del mundo en 2013, 2014, 2015, 2018 y 2019. En este camino sembrado de éxitos rotundos solo hay una mella: 2017, el año que decidió darse un respiro.

Porque incluso ella, una roca aparentemente inquebrantable, puede sufrir alguna fisura. Y eso le sucedió después de los Juegos de Río, cuando se sintió exhausta mentalmente y, entonces, entendió que necesitaba vivir. Solo eso. Así de simple. Poder irse a tomar un refresco con las amigas o pasar la tarde con unos familiares. Un respiro. Esa decisión limpió su mente y le permitió regresar más deslumbrante aún, como ha hecho en Stuttgart con esos dos movimientos que han dejado al mundo boquiabierto: el triple doble en suelo -dos saltos mortales que incluyen tres giros y 1.080 grados de rotación-y el doble doble en la barra.

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Ese año sabático entendió que el equilibrio no solo es importante al caer de uno de sus vuelos de vértigo sino también en la vida. Y por eso ahora cuando dan las seis en punto en el World Champions Center de Spring, a las afueras de Houston (Texas), coge los bártulos y se marcha. Ni un salto más. Ni una pesa más. Agarra la bolsa, donde siempre está el rosario blanco que le regaló 'mamá' Nellie, y se va. Nellie es la mujer del abuelo de Simone, hija de toxicómanos que la abandonaron en un orfanato hasta que, a los seis años, se fue a vivir a Texas con el abuelo y su esposa.

Laurent Landi, su nuevo entrenador, se acercó hace un año a la joven con piernas de superheroína y le propuso preparar el triple doble. Biles lo miró como si le hubieran dicho de saltar desde la Torre Eiffel y le dijo que no. Pero el reto ya había prendido en su orgullo de campeona. Y meses después ya ha sido capaz de ejecutarlo como en un anuncio de lo que será su despedida en Tokio, un adiós a la altura de una leyenda.

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