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Tengo la sensación, al repasar en imágenes este año de guerra en Ucrania, esperemos que primero y último, de estar viendo fotogramas de película: los ... cuerpos caídos en Bucha, cementerio de civiles que los rusos dejaron detrás de sí, calles sembradas de cadáveres maniatados; oleadas de ucranianos que abandonan el país abarrotando estaciones de tren; la guerra de los misiles, que era principio y fin y cuyo fracaso testimonia la imagen que llega ahora de Kiev, donde la vida sigue su curso. Campos y parques llenos de cruces, flores y fotografías. Un funeral. Los niños en el primer día de colegio, con sus uniformes regionales. Más flores. Los sótanos, la joven embarazada que pereció en el ataque a la maternidad en Mariúpol, tumbada en la camilla, recuerdo de otra vida que se fue.
Son algunos de los retazos en vídeo con los que los medios han reconstruido un final de año diferente: los 12 meses de una derrota; los planes fallidos que Putin trata de enmascarar elevando el nivel del conflicto. Porque la guerra ya tiene un vencedor. Una verdad patente a los ojos de la comunidad internacional: con su ejército de armas convencionales, una veintena de caídas sospechosas y bandas de mercenarios y presidiarios, dispuestos a todo, suda el ejército de Putin palmo a palmo frente a un ejército mejor formado, una población extremadamente resistente y el apoyo, contenido, de la UE y la OTAN. Agradece Zelenski a los medios de comunicación el acompañamiento: los corresponsales no les han abandonado.
Con fuegos artificiales ha celebrado Rusia este año de dolor y sufrimiento en Ucrania y el empobrecimiento de Europa, además de las dificultades de suministros en terceros países donde campan la pobreza y el hambre. Los ocho millones de refugiados, más de 160.000 en España. Europa, puesta a prueba, salió victoriosa al acoger, especialmente Polonia, receptora de más de millón y medio, ucranianos, peluches, gatos, perros y mochilas. Al abrir la puerta no vieron al invasor molesto, sino al vecino que, en lugar de pedirte la sal, llega con la vida cargada a la espalda. No llamó a la puerta cuando, con apenas tres meses en nuestro país, se incorporó, al iniciar el curso, a la universidad. Como una estudiante más, esforzándose no como el que más. La que más. En cada ejercicio, en cada examen, en cada clase. Explicando a cámara, en ucraniano, las últimas noticias de la guerra, guiño inolvidable de su equipo. Sofiia, que encontró refugio en Valencia, se llevará a casa un recuerdo agridulce. Como tantos europeos, los valencianos somos ya, sin esperarlo, parte de las memorias de una guerra.
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