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El Partido Socialista Obrero Español, la formación política que más tiempo ha desempeñado en democracia las labores de Gobierno, demostró ayer (por si a alguien le quedaba alguna duda) que antes que español es socialista. Y tal vez, sólo socialista, signifique eso lo que signifique en pleno siglo XXI. Porque por encima del interés de España y de su futuro como Estado unitario ha puesto la obsesión del socialismo y de la izquierda de este país por señalar a la derecha y en general a todos los que no piensan como ellos como antidemocráticos. Nada nuevo, por otra parte, es lo que hicieron en la II república cuando los españoles dieron su voto a otras opciones, echarse al monte y apostar por una solución revolucionaria, soviética, que es la que se intentó en 1934. Nada distinto de la táctica de 'cordón sanitario' contra el PP que Rodríguez Zapatero buscó aplicar desde que llegó a la Presidencia del Gobierno gracias a los terribles atentados del 11-M. Táctica tóxica y heredera de un pacto del Tinell por el que el PSC de Maragall logró la Generalitat de Cataluña gracias a un acuerdo con ERC e Iniciativa. La izquierda plantea la política no como un escenario en el que se deben buscar los acuerdos con los diferentes sino como una guerra abierta y sin cuartel contra un enemigo maligno, despiadado e insolidario al que identifican con la derecha, sin matices, metiendo en el mismo saco a conservadores, liberales, democristianos, españolistas y, en definitiva, a todos los que no abrazan el ideario supuestamente progresista. Esa construcción mental es la que les permite pactar tranquilamente con los proetarras de Bildu o con los separatistas de Esquerra. Piensan que están haciendo lo correcto porque el verdadero peligro es la derecha, no los que quieren romper España ni los que justifican los crímenes perpetrados por los terroristas de ETA. No les hacen mella los discursos contra el Rey, a favor de los políticos encarcelados por el golpe de Estado del 1 de octubre, ni contra la policía, no acusan la bofetada dialéctica de una diputada que desde la tribuna del Congreso afirma con desparpajo que la gobernabilidad de España le importa un comino. No importa nada más que mantenerse en el Gobierno al precio que sea. Y conservar el escaño. Porque al final, tan socialistas como dicen ser, lo que de verdad impulsó ayer a los diputados del PSOE que apoyaron sin fisuras a un líder del que hace pocos años se reían y al que ahora aplauden hasta antes de empezar a hablar es la famosa amenaza de un viejo referente de su partido (que hoy, curiosamente, abomina de Pedro Sánchez), aquel aviso de Alfonso Guerra, «el que se mueva no sale en la foto». Ninguno se movió de su confortable asiento porque antes que españoles son socialistas. Eso sí, socialistas de salones nobles.
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