Urgente Las mascletaes aplazadas por la lluvia ya tienen nueva fecha

Yo soy rural. No sólo es que no me avergüence de ello. Es que estoy orgulloso de pregonarlo. Me proclamo valenciano porque aquí nací, pero ... me siento hijo de Piqueras del Castillo, un pequeño pueblo de Cuenca de apenas una treintena de habitantes en invierno y en el que dieron sus primeros pasos mis padres y mis abuelos. Muchos fines de semana, cuando me toca regresar a la capital, me asalta el deseo de quedarme allí. De iniciar una nueva vida entre sus gentes. Lo mismo les ocurre a muchos de mis amigos de allí. Los mismos con los que de niño surqué las carreteras con mi Motoretta, jugué al golf con palos de vertedero retorcidos y agujeros cavados por nosotros mismos en las laderas del cementerio viejo. Donde me pelé una y otra vez las rodillas jugando al 'churro va' en noches callejeras y de libertad eterna. Pero luego me digo, ¿y en qué trabajaría? ¿Cómo iniciar un negocio en un lugar en el que a menudo falla la conexión de internet? ¿Cómo salir adelante entre municipios en los que hasta el pan llega en una furgoneta ambulante, sin farmacias, ni cajeros automáticos, con baches en las carreteras, falta de colegios y médicos?

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La administración. Esa es la que falla. El Gobierno, la Junta de Castilla La Mancha en el caso de mi pueblo o la Generalitat con las decenas de pueblos que languidecen en el interior de Valencia y Castellón, sobre todo. Aquí lo hemos denunciado. Como muestra un botón: en julio del año pasado ya publicamos cómo el Consell sólo había invertido 40.000 euros de los 5,2 millones presupuestados en ayudas contra la despoblación. Vale que el músculo de inversiones se ha centrado estos años en combatir el Covid. ¿Pero es que en estos pueblos no han hecho mella también las apreturas económicas por la pandemia?

Este jueves estuve en Villar del Arzobispo. Invitado por Next Educación, la entidad que encabeza el genial Manuel Campo Vidal, para charlar con otros colegas periodistas en una de las mesas redondas organizadas en el I Congreso de Soluciones Inteligentes para el Mundo Rural. Y mis conclusiones de aquel encuentro se resumen en cuatro nombres Davinia, Juan José, Álvaro y José Javier. ¿Qué hubiera pasado si Steve Jobs, en vez de en un garaje de Silicon Vallley, hubiera iniciado su andadura en Ahillas, Enguera o Beniflà? Pues que posiblemente Apple no sería lo que hoy es, porque hubiera tenido que luchar contra zancadillas burocráticas, sablazos a los autónomos y escasos medios tecnológicos.

Eso lo sufren los cuatro emprendedores que hablaron en el congreso. Y los cuatro empezaron en garajes. Davinia incluso aún sigue. «Mujer, rural y emprendedora», como ella misma destacó. Tres estrellas y tres losas al mismo tiempo en estos tiempos de desigualdades, pero que no le han impedido sacar adelante 'Nora Norita Nora', una marca de moda con la que vende en España y en el extranjero. O Juan José, que ha resucitado en el Valle de Ahillas hectáreas y hectáreas abandonadas de viñedos para alumbrar sus 'Bodegas Terra d'Art'. Su primer vino blanco lo hizo metiendo la uva en una máquina de embutido. «Por los agujeros de los chorizos salía el mosto». Hoy vuela con miles de botellas. O Álvaro y José Javier, los impulsores de 'La Clandestilería', la destilería que subrepticiamente iniciaron en otro garaje de Beniflà. Sin ayudas públicas. Sin hermanos que rascaran subvenciones o comisiones. Señores políticos, arrimen de una vez el hombro con la España vaciada. Sus raíces están ahí.

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