Sueños en Ferrari

Los resultados de las elecciones generales el pasado 10N confirman la sólida recuperación del bloque de centro-derecha en la Comunidad Valenciana. Bien es cierto que toda interpretación caería en el error si no se hiciera desde una perspectiva nacional y, por tanto, sin tener en cuenta lo corrosivo del conflicto catalán para una izquierda fusterianista que sufre lo indecible y realiza malabares sobre un gran cilindro; el propio ejercicio del poder, las subvenciones maestrazgas, el enchufismo desbocado y los berrinches napolitanos también se suman al proceso de desgaste. Probablemente Isabel Bonig y María José Catalá recuperarán a medio plazo el poder local para el conservadurismo, pero sus gobiernos nacerán como el cojo que necesita de unas muletas para caminar. Sus mandatos ya no vendrán adornados por aquellos paseos cosmonáuticos en un Ferrari descapotable ni con la tupida y colorida nube de confeti del poder omnímodo. Muchos seremos los que celebremos el eventual derribo de su moderantismo con respecto a ciertas políticas culturales y educativas. Qué romántica y buena la idea de desmantelar el catalanismo estructural; cuán necesaria su demolición pacífica y progresiva. Que ellas ejerzan sus indiscutibles destrezas en las tareas económicas y en los chalaneos parlamentarios; para sus nuevos socios, el pico y la zapa. Siempre podrán jugar la carta morellana: presentarse a sí mismas como serias estadistas al mando de un ejecutivo de deslenguados, gamberros y montaraces. Frente a la madeja de micrófonos porfiarán lo secundario de la labor de los barrenadores y les enmendarán cada dos por tres con rostro compungido. Da igual, el equipo de mineros comisionado deberá picar allá donde ya no ha lugar a los flirteos con el ejército gremlin de Climent.

Los populares, ante el emocionante desafío, deberán optar entre cooperar con los que tiznan su cara y están dispuestos a bregar con la revoltosa vaquilla o volver a arrullar entre nanas a los que les juraron odio a muerte. Que se lo vayan pensando.