Ciudadanos fue una buena idea. Un proyecto valiente que desde la transversalidad ideológica nació para plantar cara al nacionalismo catalán, años antes de que los hijos políticos de Pujol dieran el paso adelante y se lanzaran por la vía independentista y la confrontación con el Estado español. El mismo al que habían exprimido hasta la última gota, con gobiernos del PSOE o del PP. La confluencia de personalidades muy atractivas desde el punto de vista intelectual con jóvenes profesionales, que aportaron la espontaneidad y hasta el descaro que no se podía exigir a los académicos, dio resultado. La fórmula funcionó tan bien que acabó exportándose al resto de España. Lo cual en sí mismo era toda una revolución, una forma diferente de articular territorialmente un partido, desde la periferia, desde la región más díscola de España, la que siempre quiso ser diferente y tener un reconocimiento como tal. Y también ofreció un buen resultado en casi todas partes, excepto Galicia -por la potencia del PP- y el País Vasco -donde le penaliza su oposición al privilegio fiscal-. Que por otra parte es una postura lógica en una formación que tiene en su ADN acabar con el descontrol autonómico y reorganizar el Estado para evitar duplicidades. Lo que ocurrió a continuación es conocido por todos y se resume en que no supo digerir el éxito. Creció demasiado aprisa, sin una base sólida en cuanto a militancia y cuadros. Y con un líder que se lo creyó demasiado. Tanto, que acabó arruinando la marca. Su marcha no ha frenado la sangría de votos. Inés Arrimadas, una buena parlamentaria que se enfrentó al soberanismo en los peores momentos del 'procés', no ha sido capaz de revertir una tendencia que parece imparable y que lleva a Ciudadanos hacia la extinción. O a seguir languideciendo y vegetar como un partido sin apenas protagonismo, prescindible. Ahora, por si al enfermo le faltaba algo, surge la disputa entre la presidenta y Edmundo Bal, uno de los políticos del Congreso al que siempre conviene oír cuando interviene. Con algunos de sus referentes en desbandada, buscando acomodo en el PP o volviendo a su actividad privada, y con unas encuestas demoledoras para sus intereses, el enfrentamiento Arrimadas-Bal es el tiro de gracia para la organización, gane quien gane. Y algunos seguiremos pensando que es una lástima que la política española pierda el talento de las figuras que llegaron de la mano de este partido primero catalán y luego español, antes socialdemócrata y después liberal. Todo por una apuesta arriesgada, más bien disparatada, que salió mal. La de negarse a un pacto con el PSOE y confiarlo todo a la repetición electoral.
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