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Yo conocí a un héroe. Sería incapaz de enumerar las veces que le hice narrarme su historia, el relato de cómo extrajo a aquel joven del estómago del mar que lo engullía, y por más que lo escuchara nada reclamaba tanto mi atención como lo irracionalmente peligrosa que puede llegar a volverse una persona rescatada. Contaba que se le agarró al cuello con la furia con que habría abrazado una providencial boya en mitad de la nada, tan fuera de sí que mi héroe necesitó noquearlo con un improvisado 'uppercut' para que le permitiera salvarlo, y de paso salvarse a sí mismo. Diría que algo similar ocurre con Pedro Sánchez. Se ahoga, lleva cuatro años haciéndolo, desde que retorció el curso de los acontecimientos para resurgir de la fosa abisal a la que sus propios compadres lo habían arrojado. Y como le sucedía a aquel pobre diablo que braceaba entre aguas bravas, esa desesperación por sobreponerse a las leyes naturales lo convierte en un tipo pernicioso. Especialmente porque no pelea solo por la supervivencia. Con el oleaje llegaron los otros, que se aferraron a su suerte como la rémora al tiburón, cegados por la misma angustia, dependientes de sus manotazos igual que él. Sin nada que perder, adonde su zozobra no lo lleve lo empujarán ellos, aunque la aventura acabe con un regreso al reino de las algas. Perdidos quedamos en el recuento de las mentiras, mezcladas con las verdades en un magma impúdico, difícil distinguir unas de otras, pero todo se rebaja a la categoría de triquiñuela al lado de esto. Por encrespadas que vengan las aguas, hay maderos carcomidos a los que un náufrago nunca debería encomendarse, porque en algún momento se romperán en un infierno de astillas criminales. El pacto con Bildu encarna la máxima expresión de la falta de respeto por la vida, por la democracia, por las 885 víctimas del hacha y la serpiente, por las familias que jamás dejarán de sentir su vacío. También por los integrantes del viejo PSOE, sepultados bajo la teoría de la evolución que enunció supremacista Adriana Lastra; barones que observan desde la cima de la ortodoxia cómo una vez más el escorpión aguijonea a la rana, condenado su partido a un destino capicúa -un Pablo Iglesias lo creó, otro Pablo Iglesias lo destruirá-. Que los gobernantes de la nueva era, los mismos que han hecho de la memoria histórica su armazón ideológico, invoquen ahora la amnesia colectiva confirma que estamos en manos de estrategas enfrentados a la política como lo harían a una partida de dominó, recontando números para tratar de cerrar el juego. Ningún país pisotea a los mártires que ayudaron a edificarlo. La sangre de nuestros caídos está ya seca pero el recuerdo sigue fresco; la huella de quiénes fueron y por qué los asesinaron. Aquel sacrificio sirvió al menos para apuntalar este régimen de libertades tan genuino que hasta unos tipos sin escrúpulos pueden gobernarnos e invitar al banquete a la marca blanca de los pistoleros. Cuesta ya saber qué perdimos primero, la memoria o la dignidad.
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