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Es muy fácil de imaginar el escándalo que se hubiera montado en España si el expresidente del Gobierno José María Aznar hubiera viajado a un país extranjero para reunirse con un sátrapa tan decadente y estrafalario como Nicolás Maduro, fotografiándose con él con una sonrisa amplia y bobalicona como la que se le queda al niño que acaba de conocer a su ídolo futbolístico y le pide un autógrafo entre tembloroso y entusiasmado. ¿Por qué esta doble moral en los que se autodenominan progresistas? ¿Por qué validan unas dictaduras -las de izquierdas- y critican (como se merecen) las otras -las de derechas-? La respuesta es siempre la misma, la carta blanca de que dispone aquel que se cree legitimado por una presunta superioridad moral que le conferiría ser portador de unos valores éticos mejores que los de su oponente, un axioma indemostrable que la derecha no se atreve a combatir, aceptando unas reglas del juego tramposas, amañadas y ventajistas que condicionan el debate político.
La perversión llega a tal punto que a cada nuevo caso de una mujer muerta por violencia de género, lo que hace el discurso políticamente correcto es poner en la diana a Vox y a quien, según su versión, se niega a condenar el machismo, en lugar de reconocer que ni este Gobierno (social/podemista) ni el anterior (popular) pueden acabar tan fácilmente con una lacra que hunde sus raíces en siglos de dominación masculina y en modelos que no es posible cambiar de la noche a la mañana y mucho menos por decreto-ley. Si viajáramos en el tiempo hasta el ya lejano 2002 -durante el Gobierno del antes citado José María Aznar- nos encontraríamos con el famoso hundimiento del 'Prestige', un desastre ecológico que movilizó eficazmente a una parte de la población, que un año después volvería a salir a la calle contra la guerra de Irak y que en 2004, tras los atentados del 11-M, dio la vuelta a las encuestas e hizo presidente a Zapatero, el dirigente que como gran logro histórico puede presumir de haber reabierto las heridas cerradas de la guerra civil. El escándalo de las menores tuteladas víctimas de explotación sexual en Mallorca es el caso más reciente que deja en evidencia la hipocresía de un relato hegemónico en colegios, universidades, medios de comunicación e intelectuales, que otorga una bula a los gobernantes de izquierdas mientras marca como apestados a los de derechas. La derecha no sabe rentabilizar igual sus oportunidades, no es capaz de sacar réditos de una gestión calamitosa de sus rivales, mientras la izquierda tiene varios doctorados sobre agitación y manipulación para ganarse el favor de los ciudadanos.
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