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Aunque parezca inaudito, el socialista Puig es hoy el político de confianza del gran capital valenciano, su complicidad y ayuda mutua son evidentesEsto es política, así que no lo duden, la riña, el distanciamiento, la frialdad, los agravios, tienen fecha de caducidad; no son irreversibles. Tampoco es teatro, no es fingido, es real como una urna electoral, entendiendo por real la química emocional que liberan los intereses calculados. En general, la gente cree lo que le conviene creer. La realidad de la precampaña fabrica hoy las emociones de la ruptura de los socios del Botánico como otra realidad distinta puede propiciar sentimientos de reconciliación tras los comicios de mayo. Creemos y promovemos aquello que nos conviene; somos todo piel. Puig y Oltra, antes de la caída del PP, no podían tratarse menos ni repelerse más. Choque de puntos de vista (la falsa izquierda frente a unos locos de remate). Pero una mañana de julio de 2015, ante la expectativa de subir al poder y tras muchos recelos entre ambos equipos, Oltra tomó la iniciativa. Llegó pronto a Les Corts. Vio a Puig con los periodistas. Ella le pidió hablar. Y se fueron al cuartito donde se cambian los guardias. Le cogió de las manos y le dijo que le mirara a los ojos (no es coña, Oltra juega fuerte en la distancia corta con la baza afectiva y los hombres de la vieja política todavía no saben soltarse por ese tobogán). «Confía en mi». Y hubo arreglo. Si los protagonistas no mienten, añadió además: «nunca te traicionaré y si tengo que apuñalarte no será por la espalda y tendrás aviso previo». Puig confió; sorprende que un mensaje tan inquietante lo tranquilizara, a no ser que sus expectativas fueran todavía peores. El caso es que hubo fumata blanca, pacto, entendimiento y hasta una visión compartida no exenta de frecuentes arrumacos gráficos. Qué gestos, qué sonrisas, qué aprobaciones mutuas, qué cercanía de espíritu en el escaño, qué manos más apretadas dando y percibiendo calor, qué torrente de afinidades públicas y arrobamiento como alpiste para los fotógrafos parlamentarios.
Por supuesto, la procesión iba por dentro. Los puñales no han parado de volar estos años, pero en efecto más con vocación de aviso previo que de resultar letales, y siempre de puertas adentro («no me consultan, yo soy...», «es insoportable, quiere tenerlo todo»). Lo primero, profesionalidad, que diría el Rey emérito. Profesionalidad justo hasta este verano, cuando todo se ha roto de pronto. El primer choque de Oltra vino con Gabriela Bravo; es de dominio público que asumió muy mal el creciente aumento de la influencia de la consellera de Justicia sobre las políticas generales del Consell y sobre la presidencia de la Generalitat. Muy mal; Oltra casi le dio a Bravo el rango oficial de rival. Luego cogió por banda al bueno de Vicent Soler, que es incapaz de aplastar una mosca (si la mosca no es del PP) ni hacerle una trastada a un compañero; no hay más que ver cómo se dejó embaucar por Carmen Montón y embarró los presupuestos con ingresos mentirosos. Los temas en conflicto entre Puig y Oltra se multiplicaron: atención a las víctimas de malos tratos, residencias de la tercera edad, ley electoral, pago a proveedores, venta de inmuebles a terceros o entrada por la puerta trasera para el personal de las empresas concesionarias.
Y así estaremos hasta mayo. Oltra quizá persista en alargar la ficción de que ahora le toca a ella ser presidenta de la Generalitat aunque el PSPV quede por delante en las urnas, según esa recurrente teoría suya de que los votos de Podemos le corresponden por asimilación. Resulta un sinsentido que no llegará a ningún lado. Ximo Puig nunca cederá; puede tener a Ciudadanos a mano para pactar o en todo caso gobernar en solitario a lo Pedro Sánchez; todo mejor que transmitir alegremente la presidencia a Compromís. Oltra primero verá recuperar todo su fulgor durante la campaña electoral, todos detrás de la lideresa, y se engañará. Una vez contado el último voto, ni los suyos permitirán sacrificar el proyecto colectivo a cambio de una ambición personal. De cajón. Porque la ambición personal de Oltra choca con las ambiciones personales de los demás, que no optarán por irse a casa a volver a ganar ochocientos euros en vez de seguir con los tres mil euretes del concejal, asesor, director general y etc. La ambición personal de Oltra no podrá suceder a costa de la alcaldía de Valencia, o de que el diputado Bort no pueda usar el parque móvil de la Diputación para arreglar su coche particular o prescindir de esos viajes por el mundo que tanto le agradan como acompañante de los bomberos, o de que los artistas de la cuadra pierdan exposiciones, subvenciones, contratos y otros manás. El liderazgo de Oltra no llega tan lejos como para que el resto del partido se subordine al órdago de su ambición. Seguro que no. Si ella no está dispuesta a representar de nuevo el papel de secundaria de Ximo Puig, debería pensarse saltar a la lista de las generales o de las municipales y abrir una etapa nueva.
Nos hemos pasado la legislatura tratando los éxitos y las ansias de Mónica Oltra, que han ido a menos, y minusvalorando la actuación de Ximo Puig, que ha ido a más, gracias al viento favorable de la inestable coyuntura. Más allá de las formalidades y la supuesta acción común del Consell bitripartito, las apuestas personales de sus dos referentes han sido literalmente antagónicas. El largo plazo de Mónica Oltra ha estado enfocado a la conexión con la calle, con las redes sociales, con los desamparados, a ganarse la masa electoral, la gente, en coincidencia absoluta con el modelo podemita de Pablo Iglesias. Bajo aquel concepto de asaltar el cielo por la vía de un profundo cambio social, de una movilización general. Compromís sí ha confluido con el PSPV en la ofensiva nacionalista sobre la educación y otros ámbitos, pero ninguno de los dos líderes ha querido abrasarse en ese terreno, dejando el trabajo sucio a ciertos ardorosos segundones.
¿Y Ximo Puig, qué? En materia de estrategia, un político conservador, en el sentido exacto del concepto. El Consell botánico ha llevado a cabo su agenda de máximos mientras su presidente por detrás rebajaba tales políticas a la justificación de las concesiones inevitables, mientras trataba de aliviar tensiones entre los perjudicados y trasladar mensajes conciliadores a los operadores clásicos del sistema y de la opinión pública. Puig, frente a Oltra, ha centrado su interlocución en las relaciones exteriores, las entidades civiles, los medios de comunicación y, sobre todo, los grandes empresarios. Sobre todo, por encima de todo, señálese bien porque es lo más determinante, los grandes empresarios; cuanto más grandes, más entendimiento. Aunque parezca inaudito, el socialista Puig es hoy el político de confianza del gran capital valenciano; su complicidad, ayuda mutua e intereses compartidos son evidentes y hasta descarados, pero como este es un terreno pantanoso que todo el mundo procura eludir, viene muy oportuno que se haya acabado el espacio, para poder dedicarle al asunto un artículo monográfico. Continuará.
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