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El otro día me contaron que en Vinalesa hasta que una banda de música no interpreta el himno nacional no comienza el reparto de las ... raciones de las calderas en honor a Santa Bárbara. Yo mismo he vivido muchos años en una población cercana y he podido comprobar año tras año que también se sigue respetando la tradición de introducir las andas en las iglesias mientras suenan los acordes de la Marcha Granadera. A mí estas cosas me dejan más tranquilo. No tanto por ardor guerrero o furia patriótica como por la constatación de la lentitud en el avance del proyecto nacional-catalanista que se nos lleva imponiendo desde hace décadas. Espero que este artículo no llegue a conocimiento de los diferentes «gobiernos del cambio» de la Huerta Norte, no vaya a ser que se enrabieten y se pongan a promulgar ordenanzas proscriptoras de la Marcha Real, los pasodobles, las castañuelas y que, embebidos por un frenesí revolucionario, les dé por instalar los palitos de basura melianeros en todos los municipios de la zona y a los paisanos no les quede más remedio que llevar las bolsas de desperdicios en sus coches hasta los contenedores de Sagunto. Y es que a los valencianos en general los símbolos nacionales no les provocan rechazo; tampoco a la afición del Valencia C.F. Así se ha demostrado en las últimas finales de la Copa del Rey. Con más valor ahora que está tan de moda silbar al monarca y a su epinicio. El concurso de la afición del equipo de Mestalla en este tipo de macro eventos deportivos es garantía de respeto institucional.
El victimismo nacionalista me repele, me resulta remilgado y pegajoso. Tanto que a veces paso por alto alguna arbitrariedad del poder central con Valencia con tal de no engordar el discurso insoportablemente quejoso del sucursalismo. Eso sí, con el convencimiento de que la mayoría de aquellas se producen como consecuencia de la excesiva atención que los sucesivos gobiernos centrales dedican a las regiones soberanistas de insaciable voracidad. Con ese fin distraen parte de los recursos cuyo destino deberían ser las comunidades autónomas menos bullangueras. Paradójicamente, parte de esa sisa acabará engrosando las arcas de unos movimientos políticos radicados en las autonomías discriminadas cuya misión es la expansión del conflicto con el Estado y el martirologio su modus vivendi.
Por supuesto que los valencianos somos los primeros responsables de nuestra derrota hacia la autodestrucción, pero que esos que hacen tabla rasa con todo aquello que no les suena a chotis en la verbena de la Paloma y hacen burla de nuestras tragedias deportivas no se crean que no tienen buena tajada de culpa.
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