Se llamaba 'Crónicas de la penúltima guerra mundial', pero le cambiaron el título por este de 'Pim, pam, pum' como señal de respeto hacia la guerra de verdad con que nos amenaza Putin. No habría pasado nada por mantener ese título original que refleja bien lo que Gretel Stuyck y Rafa Cruz defienden desde las tablas de la sala La Máquina de Valencia: no descubriremos hasta qué punto nos esclavizan las cómodas convenciones de nuestra cotidianeidad hasta que lo perdamos todo. Es obvio que la catástrofe en que Ucrania ha sido sumida no era más que una hipótesis pesimista cuando ellos empezaron a ensayar este estreno de Joaquín Daniel y que hoy en día, sin embargo, no imagino a ninguna familia española que no haya estado en contacto con otra ucraniana y que no sepa ya cuán amargo saben el exilio, el desamparo y la pobreza. Por eso recomiendo ir a ver 'Pim, pam, pum', porque, siendo muy divertida, que lo es, al final resulta un selfi de todos nosotros en circunstancias calamitosas. Claro, ¿qué no es un selfi en el buen teatro? Sales de allí con el alivio con que te despiertas de una pesadilla, contento de que lo que has vivido no sea real (todavía).
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«Sin grillos no hay esperanza», dicen los personajes. Y es cierto que hemos cambiado las emociones auténticas por las que nos proporcionan las series turcas, el cotilleo desde detrás del visillo por Pegasus, el arriesgarte a llamar a casa de una chica y que descuelgue su padre por Tinder, hacer manitas en el banco de un parque por los solitarios en el móvil y el pasodoble de la verbena por Tik Tok. Que nuestra vida cada vez requiere más intermediarios para que la notemos pasar. Y que si un buen día, por la aparición de un monstruo marino, el choque de un meteorito o una invasión zombi nos viéramos forzados a resistir sin tele, internet, bonobús, papel de váter, muebles suecos o tetrabriks de caldo, pues que no sabríamos ni encender un fuego ni comernos un cordero que no viniera en la bandeja de carne del súper. De esto va 'Pim, pam, pum, de que en realidad ya habitamos el metaverso.
Gretel Stuyck y Rafa Cruz, pues no hay otros actores en escena, están en su mejor momento (otra vez): mordaces, verosímiles, enchufados, sicalípticos (sobre todo él), irascibles (sobre todo ella), valleinclanescos. Ellos gestionan, programan y actúan en el teatro La Máquina como catequistas en la parroquia de un dios caricato. No se lo pierdan. A veces hay que ir al teatro para abrir los ojos y mirarse en el espejo. Yo lo hago, y por eso no necesito que llegue la guerra para saber que no sé lo infeliz que soy.
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