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Ilustración: Sr. García
Telecompromís ya está casi À Punt

Telecompromís ya está casi À Punt

Sala de máquinas ·

Martes, 19 de diciembre 2017, 17:29

Ximo Puig se tomó la reapertura de Canal 9 como Rodríguez Zapatero lo de sacar las tropas de Irak. Un gesto de liderazgo, un compromiso personal; como un símbolo de ruptura absoluta con el pasado inmediato. Aznar llevó las tropas a la guerra (aunque no fueran allí a guerrear) y Zapatero deshizo el entuerto; Fabra cerró Canal 9 y Puig volvería a traer a los buenos valencianos la televisión que les robaron. Lo uno y lo otro denotaban un sentimentalismo tan bobo como falso, pero de uso corriente en la política actual. Tras años de abrasar en críticas al ente autonómico y a sus profesionales, de repente la izquierda tripartita descubrió en el funeral un fondo mágico de las esencias valencianas en aquellos platós de Burjassot llevados a negro. Canal 9 siempre fue Telecamps, o Telezaplana, como Canal Sur fue Telechaves y tampoco nunca se enteró de los ERE; Canal Sur tenía o tiene además la curiosidad de que siempre que encendieras la caja tonta había allí dentro alguien tocando las palmas o contando un chiste, a cualquier hora del día o de la noche. El bendito folklore regional como dormidera de las conciencias. Pero no era ni de lejos la peor manera de hacer televisión pública en España. La peor, con diferencia, ha sido el modelo nauseabundo de TV3, con esa deliciosa forma suya de manipular incluso a las criaturas más inocentes e infantiles, eso sí con una sonrisita disneycatalana. TV3, tan elogiada durante años por la izquierda nacionalista como referente de autoridad y calidad frente a la chabacanería pepera de Canal 9. El tiempo ha puesto las cosas en su sitio y el lodazal de cada cual al descubierto. Los defensores de TV3 callan ahora, no como rectificación, sino para evitar el aborto de Telecompromís. À Punt.

À Punt no le ayudará a Puig a ganar las elecciones, sino a dar explicaciones por los líos que provoquen sus socios de Gobierno

El caso es que Puig se dio cuenta enseguida de que la bandera de la reapertura de Canal 9 estaba llena de líos. Quizás fuera otra guerra de Irak, o un pequeño Vietnam a la valenciana. El President ha cumplido con las apariencias; sacó adelante una ley en Les Corts y ha dotado al nuevo ente de un presupuesto de sesenta millones anuales y de unas estructuras estables. Cierto es que puede decir que ha cumplido su compromiso y que ahora son otros los que tienen la responsabilidad de dirigir los destinos de la tele pública. Sea, visto desde las apariencias. Visto desde la clave política descubrió que no convienen las prisas. Por razones varias: 1) la nueva tele no le va a favorecer demasiado puesto que ha pasado al control absoluto del cosmos compromisero; 2) las tentaciones nacionalistas provocarán innumerables polémicas y desgaste, tanto en pantalla como fuera; 3) la dinámica emprendida está dando lugar a constantes choques de intereses con distintos colectivos; 4) con ese clima de fondo, À Punt no le ayudará a Puig a ganar las próximas elecciones, sino a dar continuas explicaciones inútiles por los follones que provoquen sus socios de gobierno; 5) en realidad, tal como va la coyuntura, no necesita a la nueva tele: al contrario, a Puig le conviene dejar correr el tiempo con la mínima actividad posible para que los equilibrios tripartitos sigan inalterables. De ahí que los congresos socialistas de este fin de semana hayan abordado una enmienda en la que se advierte del uso torticero que Compromís está haciendo del proyecto televisivo, como una muestra explícita de disensión.

À Punt se está fabricando desde sus primeros días una grave crisis de legitimación, anda repitiendo los mismos errores que enfermaron a su predecesora. El proceso de elección de la directora general está en los tribunales por posibles irregularidades; la elección del equipo directivo se hizo bajo evidentes síntomas de amiguismo y partidismo; la selección del personal apunta a una posible vulneración de los derechos de igualdad; los peligros del sectarismo informativo se vuelven ciertos; y el gigantismo presupuestario y el analfabetismo en la gestión suponen un riesgo importante para su futuro. Ya son algo más que meras señales indiciarias. Y abocan a un pronóstico probable: los valencianos pueden darle la espalda a la nueva tele de una manera incontestable y sonora en forma de share. Conviene meditar bien los pasos, porque de producirse el desastre estaríamos tirando por la alcantarilla audiovisual como mínimo sesenta millones de euros anuales que buena falta hacen para otras necesidades.

Toca poner nombres al problema. El primero, el del hombre fuerte de la corporación, que no es el presidente del consejo rector, Enrique Soriano, sino un cantautor de limitado recorrido que controla las influencias de la casa a través de su cargo de consejero. Rafa Xambó es profesor en la facultad de Periodismo, un ejemplo explícito de la decadencia universitaria, o al menos de los estudios de periodismo. De periodismo nada sabe, como tantos otros docentes nunca ha empatado con nadie, pero se ha permitido teorizar sobre las «informaciones innecesarias» como antes intentó vetar las colaboraciones de algunos profesionales; es un broncas empeñado en siniestras peleas con los medios y periodistas de todas las tendencias. Un político que se hace pasar por entendido gracias a sus lazos ideológicos con Compromís, como los que los periodistas tuvieron que sufrir en otras épocas de oscuro recuerdo. Si tuviera que comer del periodismo, no comería ni pan duro, por eso come de hacer contraperiodismo.

Si los valencianos le dan la espalda a la nueva tele estaríamos tirando por la alcantarilla audiovisual sesenta millones anuales

La directora general, Empar Marco, todavía debe demostrar su buen hacer. De momento se la puede enjuiciar por su bagaje previo. Corto. Muy corto. Apenas una corresponsal, jamás tuvo cargos directivos, gestión de equipos o responsabilidades editoriales. Peor es su vacío absoluto en materia de gestión empresarial; nada sabe de finanzas, marketing, derecho mercantil, recursos humanos, comercialización, tecnología o digitalización. Una directora general sin curriculum. Como periodista de base tiene el sello de la escuela de TV3, no es el mejor referente que se pueda encontrar hoy. Y respecto a su independencia, se le conocen multitud de apoyos explícitos y partidistas al alcalde Ribó y a otros políticos nacionalistas. El PP no habría tenido valor para nombrar un director general que le hubiera echado a Camps los elogios que Marco ha soltado por sus tuits; quizá por eso los ha borrado. Su mano derecha y amiga íntima, Esperança Camps, no le hace de menos; fue consellera en Baleares y salió del gobierno por ultranacionalista y todavía en junio se jactaba de la emoción que le producía las ansias independentistas de Puigdemont. Ambas podrían decir lo de aquel antecesor suyo en Canal Sur cuando fue interpelado en la Asamblea, un tal Salvi Domínguez: «señorías, estoy chungo de papeles». Eso sí, lo pueden compensar programando las canciones del concejal Pau Alabajos o del mismísimo Rafa Xambó. Y todos contentos, haciendo patria al módico coste de sesenta millones anuales.

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